Cada año, por estas fechas, los escaparates y las calles lucen una gran variedad de adornos navideños. Las tiendas ya rebosan de regalos y juguetes.
Lejos de casa. Con la morriña de la familia que quedó en España, viviendo apretadamente porque buena parte de lo que se ganamos lo mandamos a nuestro país para ayudar a nuestras familias. Arracimados en una nueva familia, la de la emigración forzada cuya razón es la necesidad.
La época decembrina suele estar asociada al encuentro, la unión y el vínculo entre familiares y amigos. Sin embargo, somos muchas familias que por razones adversas, decidimos emprender un viaje con un rumbo incierto y probar suerte en otro país, ante la difícil situación y el contexto desfavorable en la que se encuentran sumergidas en España.
Mi familia y yo tratamos de controlar la nostalgia, con la esperanza de llegar a un destino en el cual encontrar un futuro mejor.
Entre nosotros mismos nos damos fuerzas para continuar la travesía y con lo poco que tenemos, buscan adecuarse a la época navideña, a pesar de las circunstancias.
Sin trabajo, sin ingresos y sin posibilidad de regresar a nuestros lugares de origen, son apenas la punta del iceberg del problema que afrontamos los emigrantes en Alemania a causa de la Covid-19. Fijamos ya nuestras miras en una desdibujada Navidad.
La cúspide de los motivos se encuentran la nostalgia y la tristeza producida por el denominado síndrome de la silla vacía, que surge cuando las emociones por la ausencia de un ser querido entran en conflicto con el ambiente festivo típico de las celebraciones navideñas.
La Navidad puede convertirse en un factor de riesgo ambiental o en un desencadenante para que toda esta sintomatología aflore de manera más vívida.
Los más habituales son todos los síntomas que solemos relacionar con la depresión o que se parecen a ellos, como tristeza, rabia, ganas de llorar, desánimo, pocas ganas de hacer cosas, apatía, irritabilidad, sensación de estar más susceptibles y, muchas veces, una elevada ansiedad.
Si bien la Navidad puede aumentar los niveles de estrés y ansiedad, hasta el punto de que en algunas personas provocan un profundo sentimiento de angustia, los psicólogos precisan que estas fechas, en sí, no desencadenan una depresión. No es que la Navidad genere un trastorno depresivo, sino más bien que si una persona ya experimenta previamente un cuadro depresivo (o sintomatología de tipo depresivo), la Navidad puede convertirse en un factor de riesgo ambiental o en un desencadenante para que toda esta sintomatología aflore de manera más vívida.
Las fiestas navideñas, tan pródigas en emotivos encuentros y reencuentros con familiares y seres queridos, tienen el lado oscuro de la soledad forzada que vivimos muchos Emigrantes.
En el mundo de hoy millones de personas que han tenido que dejar sus países, que viven sin derechos y en situaciones de gran soledad, lejos de sus seres queridos. El caso más dramático es de los padres que han tenido que dejar a sus hijos pequeños en sus países de origen, una separación emocionalmente devastadora. Lamentablemente, en nuestras sociedades, hay toda una ingeniería legal que dificulta e incluso en muchos casos impide la reagrupación familiar, violando sistemáticamente no solo los derechos humanos sino los más elementales rasgos de humanidad.
Todos coinciden en que va a ser una Navidad atípica, no solo los expertos españoles. Desde fuera también se tiene una opinión semejante, tal y como reflejan dos de los más prestigiosos virólogos del mundo.
La soledad forzada es uno de los grandes dramas de la Emigración. La noche es el momento más duro a nivel psicológico para el Emigrante: afloran los recuerdos, se percibe con toda su crueldad la soledad, el alejamiento de los seres queridos, la magnitud de los problemas a los que debe hacer frente. No hay estímulos externos que puedan distraer a la persona de sus preocupaciones, del recuerdo de los seres queridos lejanos.