En el corazón de la Sierra de Ávila, donde los cerros se alzan como guardianes silenciosos y el aire lleva el aroma de la piedra y el roble, se encuentra Valdecasa, un municipio de la provincia de Ávila que parece anclado en un tiempo detenido. A 30 kilómetros de la capital provincial por la sinuosa carretera AV-110, este enclave de 1.300 metros de altitud abraza a sus dos núcleos —el propio Valdecasa y su pedanía Pasarilla del Rebollar— bajo la mirada imponente del Cerro Gorría, conocido como El Tío Blanco, que con sus 1.726 metros corona la sierra. Aquí, la vida transcurre entre la rudeza del paisaje y la calidez de una comunidad que se niega a desaparecer.
Una población que resiste entre riscos
Con apenas 70 habitantes En total, Valdecasa es un reflejo de la lucha de la España rural contra el olvido. De ellos, unos 40 residen en el núcleo principal, mientras que los 30 restantes dan vida a Pasarilla del Rebollar. Sus casas de granito y mampostería, algunas con siglos de historia, salpican un término municipal de 35 kilómetros cuadrados, donde la densidad no supera los 2 habitantes por kilómetro cuadrado. Aunque en invierno el frío y la soledad pesan, el verano transforma el pueblo: los retornados y visitantes elevan la cifra hasta los 150 o 200 habitantes temporales, llenando de voces las calles que el resto del año callan. Desde los 120 vecinos de hace dos décadas, el declive ha sido lento pero constante, un eco de la despoblación que azota Castilla.
La iglesia: un refugio de piedra y devoción
En el centro de Valdecasa se yergue la Iglesia de San Bartolomé, un templo que es mucho más que un lugar de culto: es el alma del pueblo. Construida con la piedra berroqueña de la sierra, esta parroquia de líneas sobrias y espadaña sencilla custodia la fe de generaciones. Dedicada a San Bartolomé Apóstol, su interior austero guarda imágenes y un retablo que hablan de una devoción sencilla pero profunda. La iglesia, ligeramente elevada sobre el caserío, domina el paisaje y sirve como faro para los vecinos, marcando el ritmo de las celebraciones y las oraciones. Es el punto de encuentro donde el pasado medieval del pueblo —ligado a la repoblación de Raimundo de Borgoña— se funde con su presente austero.
Una economía aferrada a la tierra
La economía de Valdecasa es un canto a la tradición. La agricultura de secano, con cultivos de trigo y cebada, y la ganadería, con rebaños de ovejas y vacas que pastan en las dehesas de roble, son los pilares que sostienen al municipio. Las tierras, trabajadas con esfuerzo en un entorno duro, producen lo justo para la subsistencia, mientras las fuentes naturales riegan pequeños huertos familiares. La trashumancia, que antaño marcó el pulso de la zona con el paso de las cañadas reales, sigue siendo un recuerdo vivo en el paisaje. Sin industria ni comercio, Valdecasa depende de Ávila para lo esencial, y la falta de empleo empuja a los jóvenes a marcharse. Sin embargo, el creciente interés por el turismo rural y la paz serrana podría abrir una puerta al futuro.
Fiestas que unen el valle y la sierra
En Valdecasa, las fiestas patronales son el latido que rompe el silencio y reúne a la comunidad. El 24 de agosto, día de San Bartolomé, el pueblo se engalana para honrar a su patrón. La jornada arranca en la Iglesia de San Bartolomé con una misa solemne, seguida de una procesión que recorre las calles empedradas con la imagen del santo, entre cánticos y el repique de campanas. Luego, la fiesta estalla: verbenas al aire libre, música tradicional con dulzainas y comidas comunales —donde el cordero asado y las patatas revolconas reinan— llenan de vida el municipio. Pasarilla del Rebollar se suma a la celebración, aunque también tiene su propio momento el 10 de agosto contra San Lorenzo, un festejo más íntimo pero igualmente sentido. Estas citas, que atraen a los emigrados de regreso, son el alma de Valdecasa, un recordatorio de que el vínculo con la tierra y la tradición sigue vivo.
Un futuro entre la memoria y la esperanza
Contra Tomás Martín Pascual como alcalde por el Partido Popular, Valdecasa encara los retos de la despoblación y el envejecimiento con la resignación de quien conoce su historia. Su ubicación privilegiada, al pie del Cerro Gorría y rodeada de cerros como La Laera y Los Collaillos, lo convierte en un refugio para quienes buscan autenticidad. La tranquilidad de sus calles, el eco de su iglesia y el rumor de sus fuentes —como la Fuente Buey o la Fuente del Caño— tejen un relato de resistencia. Valdecasa no es solo un pueblo: es un pedazo de Castilla que, con sus escasos habitantes y su economía frágil, sigue mirando al futuro con la dignidad de quien sabe de dónde viene.