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Muñoyerro: El susurro de la historia en la llanura de Ávila

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A 23 kilómetros al norte de la imponente Ávila, en el regazo de la provincia que lleva su nombre, se encuentra Muñoyerro, una pequeña localidad que respira la esencia de la Castilla y León más auténtica. Perteneciente al municipio de Bularros, este rincón de apenas 30 habitantes —según los últimos registros— se alza como un eco del pasado, donde el tiempo parece haberse detenido entre sus casas de piedra y sus campos infinitos. En un paisaje marcado por la sobriedad de la meseta, Muñoyerro guarda en su simplicidad un encanto que invita a descubrirlo, un lugar donde la historia y la tradición se entrelazan bajo un cielo amplio y despejado.

La Iglesia de San Miguel, guardiana de siglos

El corazón espiritual de Muñoyerro tarde en la Iglesia de San Miguel, un templo humilde pero cargado de historia. Aunque no ostenta la grandiosidad de las grandes catedrales, esta construcción de origen medieval refleja el carácter recio y funcional de la arquitectura rural castellana. Sus muros, testigos de generaciones, custodian un interior sencillo donde la devoción sigue siendo el hilo conductor de la vida comunitaria. No hay datos que precisen su fecha exacta de edificación, pero su estilo evoca los tiempos de la repoblación cristiana, cuando pequeños núcleos como este se alzaron frente a la adversidad. En su entorno, el silencio solo se rompe por el viento que acaricia las campanas, un sonido que parece narrar las vicisitudes de un pueblo aferrado a sus raíces.

Un puñado de almas en la inmensidad

Con tan solo 30 habitantes, Muñoyerro es un ejemplo vivo de la despoblación que aqueja a la España rural. Sus calles, estrechas y empedradas, apenas sienten el paso de los vecinos, la mayoría de edad avanzada, que mantienen viva la memoria del lugar. El verano, sin embargo, trae un leve renacer: hijos y nietos regresan desde Ávila, Madrid o incluso más allá, llenando de voces las casas que el resto del año permanecen cerradas. Esta diáspora estacional dibuja un contraste entre la quietud habitual y los días de reencuentro, cuando el pueblo recobra algo de su antiguo pulso.

Una economía de raíz y resistencia

La economía de Muñoyerro es tan austera como su paisaje. La agricultura de secano domina el horizonte, con cultivos de cereal —trigo y cebada principalmente— extendiéndose por las tierras que rodean el casco urbano. La ganadería, aunque en menor medida, también juega su papel, con rebaños de ovejas que pastan en los terrenos más áridos. No hay industria ni comercios que alteren esta dinámica; Aquí, el sustento depende del trabajo manual y de la paciencia ante un clima que alterna inviernos gélidos y veranos abrasadores. Los vecinos, con esa mezcla de resignación y orgullo tan propia de la región, mantienen viva una forma de vida que se resiste a desaparecer, aunque el relevo generacional sea una incógnita.

Las fiestas de San Miguel, el alma del pueblo

El calendario de Muñoyerro encuentra su momento cumbre en las fiestas patronales en honor a San Miguel, celebradas a finales de septiembre. Este evento, aunque modesto, es el latido que reúne a la comunidad y a quienes vuelven al pueblo para la ocasión. La jornada comienza con una misa solemne en la Iglesia de San Miguel, donde las plegarias resuenan con fervor entre los bancos de madera desgastada. Luego, el ambiente se aligera: partidos de cartas —con el mus como protagonista—, algún baile al son de la dulzaina y comidas compartidas con platos típicos como las sopas de ajo o el cordero asado. No faltan las historias de antaño, contadas por los mayores bajo la sombra de un árbol, mientras los niños corretean en una plaza que, por unos días, olvida su habitual soledad.

Muñoyerro, un eco en la meseta

Muñoyerro no presume de monumentos ni de multitudes, pero en su discreción reside su fuerza. A medio camino entre Bularros y la capital provincial, este pequeño enclave ofrece una ventana al pasado de la Castilla rural, donde la tierra, la fe y la memoria son los verdaderos pilares. Sus 30 habitantes son más que un número: son los guardianes de un legado que, aunque frágil, sigue resistiendo el paso del tiempo. En Muñoyerro, la vida es un susurro que se escucha mejor en el silencio, un lugar donde el monte y el cielo parecen contar, a quien quiera oírlos, la historia de un pueblo eterno.

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