En la vasta extensión de la provincia de Ávila, donde la historia se mezcla con el silencio de sus campos, se encuentra Urraca Miguel, una pedanía que, aunque anexionada a la capital desde 1977, conserva el alma de un pueblo con identidad propia. Este pequeño núcleo, situado a unos 10 kilómetros al noroeste de la ciudad amurallada, es un refugio de tranquilidad que hoy, 10 de marzo de 2025, sigue resistiendo el paso del tiempo con una población que ronda los 53 habitantes. Entre su iglesia centenaria, una economía ligada a la tierra y unas fiestas que despiertan el espíritu comunitario, Urraca Miguel se presenta como un microcosmos de la Castilla más profunda, donde la vida fluye a un ritmo pausado pero firme.
El corazón de este rincón abulense late en la Iglesia de San Miguel Arcángel, un templo que, con su sobria arquitectura de piedra, encarna la esencia de la religiosidad rural. Dedicada al arcángel que da nombre al pueblo, esta construcción, de origen medieval aunque reformada en siglos posteriores, se alza como un símbolo de permanencia. Su fachada, desgastada por los años, custodia un interior modesto: un retablo sencillo, imágenes de santos y un campanario que, cuando suena, rompe el silencio de las llanuras circundantes. Don Pedro, un anciano que ha visto pasar generaciones, asegura que "la iglesia es lo que nos une; aquí se han bautizado mis hijos y los hijos de mis hijos". Aunque no es un monumento que atraiga multitudes, su valor reside en ser el eje de la memoria colectiva de Urraca Miguel.
Con apenas 53 vecinos, según estimaciones recientes, la pedanía refleja el desafío de la despoblación que marca el destino de tantos pueblos del interior español. Las casas, muchas de ellas de adobe y piedra, se alinean en calles estrechas que en invierno se cubren de escarcha y en verano de polvo. Anecdotario, una de las habitantes más jóvenes, relata cómo la mayoría de los residentes son mayores: "Los jóvenes se van a Ávila o más lejos; aquí quedamos los de siempre y algunos que vuelven en vacaciones". Esta diáspora ha dejado en Urraca Miguel una comunidad pequeña pero unida, donde todos se conocen y el día a día transcurre entre saludos y charlas al atardecer.
La economía de Urraca Miguel es un reflejo de su tamaño y ubicación. La agricultura y la ganadería, pilares tradicionales, sostienen a sus habitantes con cultivos de cereal —trigo y cebada principalmente— y pequeños rebaños de ovejas. Luis, un agricultor que trabaja las tierras heredadas de su padre, explica que "no es fácil competir con las grandes explotaciones, pero la tierra nos da lo justo para vivir". Sin embargo, la pedanía también alberga instalaciones que trascienden sus fronteras: la planta de tratamiento de residuos, operativa desde 2004, gestiona la basura del norte de la provincia, y un parque eólico con 19 aerogeneradores aporta energía renovable desde 2006. Aunque estas infraestructuras generan ingresos para el municipio de Ávila, los vecinos como María se quejan de que "poco de eso vuelve al pueblo; nosotros seguimos igual".
El verdadero pulso de Urraca Miguel se siente en sus fiestas patronales, dedicadas a San Miguel Arcángel y celebradas cada 29 de septiembre. Este evento, que se extiende un fin de semana, transforma la quietud habitual en un estallido de vida. Las festividades arrancan con una misa solemne en la iglesia, seguida de una procesión donde la imagen del santo recorre las calles acompañada por cánticos y el repique de campanas. Elena, miembro de la Asociación de Vecinos Urraca Miguel, detalla el programa: "Hay chocolatada, juegos para los niños, un torneo de mus y, claro, la verbena con música hasta la madrugada". La paella popular, preparada por manos expertas como las de Jesús, reúne a vecinos y visitantes en la plaza, mientras el sábado culmina con un espectáculo de fuegos artificiales que ilumina el cielo abulense.
Este año, las fiestas incluyeron una novedad: una gymkana organizada por los más jóvenes, un guiño a las nuevas generaciones que, aunque escasas, buscan dejar su huella. David, uno de los impulsores, afirma que "queremos que Urraca no se olvide, que siga siendo un lugar vivo". La celebración no solo honra al patrón, sino que refuerza los lazos de una comunidad que, pese a su tamaño, se aferra a sus tradiciones con una mezcla de nostalgia y esperanza.
Urraca Miguel no es un destino de postal ni un pueblo que acapare titulares. Es, en cambio, un lugar donde la vida se mide en los surcos de la tierra, el tañido de las campanas y las risas de una fiesta annual. Mientras el viento recorre sus campos y el dolmen cercano susurra ecos prehistóricos, esta pedanía abulense sigue adelante, discreta pero indomable, como un susurro que se niega a apagarse en el vasto silencio de la provincia.