Esta mañana asistimos a un día soleado con el mar en calma, no parece que el calendario señala que estamos ya en pleno invierno. Cuando llegamos a nuestro lugar de encuentro, nos estaba esperando nuestra amiga, la joven profesora, que ya había pedido nuestros cafés.
El viejo marino, con el primer sorbo de café, pone sobre la mesa la entrevista que concedió al diario El Mundo el expresidente Rodriguez Zapatero, el 16 de diciembre pasado y nos comenta:
― No lo entiendo, este ZP sigue siendo Bambi (tal como lo apodó el mordaz Alfonso Guerra); además de algunas lindezas que son para afeárselas y rebatírselas contundentemente, me pregunto: ¿Cómo se puede decir que «yo recuerdo que en 2007, los índices de satisfacción democrática eran muy grandes, no había cuestionamiento del sistema representativo, el independentismo catalán estaba en las horas más bajas, en mínimos…»? Es decir, reconoce que con el Estatuto que el firmó lo que hizo fue reforzar, dar riendas e incentivar al independentismo. ¡Vaya mérito!
Sin dar tregua añade:
― Más adelante a la pregunta del periodista: «Hay quien sostiene que todo esto empezó con el Estatut que usted pactó con Artur Más», se sale por la tangente, con una respuesta algo irónica «Si, claro. Evidentemente el problema de Cataluña no tiene nada que ver con la Historia, ni pasó nada la República española, ni existió Companys»
Con la carrerilla tomada, sin dar pausa, sigue:
― ¡Que contradicción! Por un lado, reconoce que todo estaba desarmado en el 2007, pero él les da una nueva munición, en lugar de contribuir a su desarme; pero ahora dice que la causa es la historia. ¡Qué cínicos son los políticos, que miopes, que farsantes y que poca autocrítica hacen!
En un respiro de mi amigo, nuestra amiga, ataja y le dice:
― Estamos en Navidad. ¿Por qué por unos días te olvidas de polémicas? ¿Por qué por unos días vivimos en mundo más habitable? Imitemos a lo que hacían en la Baja Edad Media los belicosos caballeros feudales.
Y con un tono engolado nos dice:
― ¡Invoco la Tregua de Dios!
Ante nuestra extrañeza y algo divertidos, nos ilumina:
― Como he comentado se trata de una tradición de la época feudal, en la que los caballeros estaban en continuas guerras internas, con innumerables saqueos, desmanes y asesinatos. La Iglesia romana consigue convencerlos para que parasen esas prácticas, desde el sábado por la noche hasta el lunes por la mañana, al considerarse días litúrgicos. Con su juramento, se consiguió que durante ese periodo se acabasen las tropelías, el pillaje, el matar animales, los robos, los asaltos y las violaciones. Eso se conoció como la Tregua de Dios. Nos estamos remontando al año 1027, en un Concilio en Perpiñán. Posteriormente ese juramento se extendió a fechas litúrgicas señaladas, y entre ellas, la no menos importante, la Navidad.
Con palabras grandilocuentes y una postura algo dramático, dice:
― ¡Estamos en Navidad!
Una bonita propuesta, una invitación a la tranquilidad hasta la epifanía. Aunque nuestro marino que, hasta ese momento, había estado escuchando con atención, comenta:
― ¿Pretendes que en estas fiestas nos olvidemos de todo lo que sucede a nuestro alrededor, de tantas malas noticias y nos sumemos al espíritu navideño?
Nos miramos en silencio y pensé que era una buena propuesta. En algún momento habrá que olvidarse de las cuitas cotidianas, dejarlas atrás y soñar conque las cosas se pueden ver de otro modo. Pensar que cada día hay cosas interesantes y positivas que, en la mayoría de las veces, nos pasan casi desapercibidas, aunque nos rocen. Ver que la botella no está ni vacía, ni medio vacía, lo que realmente está es medio llena.
Pero nuestro marino no parece estar del todo convencido y nos dice:
― ¿Por qué no se lo planteas a aquellos que han provocado un estado de sitio, con consignas preguerra civilista, la semana pasada?
Y no satisfecho sigue:
― ¿Por qué no se lo planteas a aquellos que encienden los ánimos con consignas demagógicas cada día creando inestabilidad y magnificando los problemas? ¿Por qué…?
Ahí lo contuvimos. Empezamos a reírnos estentóreamente para acallar su retahíla. Llamamos a nuestro amigo el camarero y le pedimos que pusiese la música de villancicos que sonaba de fondo, a todo volumen para acallarlo.
Más tranquilos decidimos que no es una mala decisión, por unos días, echar a un lado tanto ruido, tanta manipulación y tantas noticias desagradables para impregnarnos de mucha paz, de amor y de intentar tener los máximos momentos felices posibles.
Y todo eso, frente al mar, rodeado de los tuyos, aquí, en la aldea, es fácil.
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