Ahora vamos a estudiar las leyes que rigen la dinámica del conflicto. La primera de ellas enumerada como Ley de la Dinamicidad –que además esa dinámica siempre es hacia la expansión-, la RAE define esta palabra como, “cualidad de lo dinámico”.
También puede y debe ser explicada como Ley de la Expansión Constante. Sobre esta nos dice: “Acción y efecto de expandir o expandirse”. Puede que con este segundo nombre comprendamos mejor el eterno movimiento, y el que no se detengan nunca los conflictos. Cada situación solo podemos estudiarla en movimiento y sabiendo que seguirán, a cada acción, unas consecuencias concretas. Las partes, en función al dolor recibido –asumido, soportado, aguantado o que nos vence- siempre están reacondicionando su posición en el conflicto.
Lo primero que debo decir es que es el principio propio de la masa atómica tal como la conocemos y es estudiada en las distintas disciplinas científicas: “esta siempre se nos presenta en desplazamiento y expansión constante”. Es Por ello que el conflicto se nos presenta como algo dinámico que siempre lo apreciamos en eterno movimiento, en permanente cambio. Nunca como algo estático.
Quizás sea una consecuencia del propio Big Bang. Es tarea de los científicos su demostración. Lo cierto es que toda la masa del espacio, pero fundamentalmente, la que es susceptible de ser apreciada por el ojo humano y los estudios microscópicos, la naturaleza se comprende en permanente expansión, con un impulso constante de colonización de los espacios circundantes.
Las propias leyes de la reproducción llevan al permanente movimiento y cambio. Resumiendo, la Ley Fundamental del Conflicto Vital es el permanente movimiento y cambio, que además es expansivo. Lo que nos lleva a que siempre devendrá, de no aplicarle fuerzas que lo paren o lo destruyan, al permanente crecimiento. En muchas ocasiones, si no paramos un conflicto a tiempo, luego puede que sea imposible de parar.
Derivado de esta misma ley y característica del conflicto, es un hecho que una vez que una voluntad se pone en marcha, no realiza ningún movimiento propio que le lleve a detenerse; por eso sostenemos que «el autocontrol no existe». Cada parte en expansión se parará allí donde otras la paren por medio de la fuerza, y producto de esta, con los dolores que le infrinja. Por ejemplo, una etnia o un imperio, se ponen en marcha para la conquista del territorio circundante, el crecimiento demográfico, la acumulación de riquezas, la creación y crecimiento de una asociación interna jerarquizada y otra serie de actuaciones similares; «esta voluntad en equilibrio no ejercita el autocontrol», es el roce con las fuerzas exteriores o un bloque frontal lo que detiene o modifica el curso, puede que sea un imperio más fuerte y le derrote, o los accidentes orográficos o la climatología que le impide continuar la marcha o la velocidad de esa voluntad en expansión.
Son siempre los contrarios los que modifican o detienen su avance, a través del dolor que producen. La voluntad por sí misma seguiría avanzando, siempre, sin cambio alguno, hasta el infinito. Sólo allí donde encuentre una fuerza de sus mismas características que se le enfrente y la detenga, será donde alcance el fin de su expansión. Compruébese el fin de la expansión de todas las culturas, religiones e imperios. Todos se detuvieron en el mismo lugar en que otros igual que ellos mismos los pararon, los derrotaron, o las circunstancias del conflicto les impidieron expandirse.
Al aplicar esta ley nos lleva a modificar nuestra apreciación inicial sobre cualquier conflicto. Una persona no familiarizada con estos conocimientos tiende a creer que un conflicto se parará o se extinguirá por sí solo. Un experto sabe que iniciado un toma de posición a esa parte solo la parará otra más fuerte. Estúdiese cualquier imperio o cultura y en estos momentos estúdiese el conflicto catalán.
Lo mismo incide esta ley sobre nuestra valoración acerca de la educación y la formación. Tendemos a creer que si a una persona no se la educa o forma que será un ciudadano que conviva, luego descubrimos que si no se educa a esa persona lo único que sale es un Bárbaro, alguien sucio y violento y carente de cualquier moral. Lo único que ha sucedido es que por el principio de dinamicidad y expansión constante lo que crece y se desarrolla son sus instintos animales primarios, llegando a convertirse, casi, en el cerebro de un reptil.
Esta ley nos demuestra que todo aquello que no se contrapone una fuerza, por lo menos de igual categoría o superior, sigue avanzando hasta el infinito.
Sobre el autor
Carlos González es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, y de reciente aparición El Sistema, de editorial Elisa.