Nuestro viejo marino esta mañana estaba inquieto, incisivo, malhumorado; ya algo habitual en los últimos tiempos, por lo que no nos extrañó que empezado el café nos espetase:
—Siempre me achacáis que me he vuelto muy radical cuando juzgo hechos de la política española, pero en los últimos tiempos solo veo cosas que me asombran, que me hacen pensar que estoy en el país y el sitio equivocado. Tengo una lista larguísima de agravios, aunque a vosotros parece no preocuparos. Mirad esta noticia —dijo señalando al periódico que estaba encima de la mesa—, es significativa la respuesta de los servicios jurídicos del Parlamento Europeo alegando que a los políticos independentistas no se les puede tratar de delincuentes cuando el gobierno, del PSOE, está negociando con ellos. Toda esta indignidad nos está empezando a pasar factura. Esa forma laxa y amoral de ver la política tiene una deriva muy poco recomendable.
El desgaste de la imagen de la UE es importante dentro de determinados sectores y países, pero nosotros no estamos sabiendo exigir y ocupar el lugar que nos corresponde. La política comunitaria es compleja, el juego de intereses y fuerzas no es fácil, pero nos ha faltado una postura global de país, nuestra diplomacia ha sido débil, errática y no veo ninguna firmeza en nuestras posiciones. Cada vez entiendo más el Brexit. Cuando era el «club de los mercaderes» tenía mucho más sentido, pero nos hemos empeñado en ir dotándolo de una serie de instituciones y organismos con una burocracia pesada y lenta con enormes lagunas en asuntos importantes. Con miembros de primera y segunda. Vosotros más jóvenes—incidió el marino— posiblemente no lo sepáis, pero ETA tenía su refugio en Francia, la misma que en la frontera volcaba la mercancía de nuestros camiones. Además, los resquemores y menosprecio existen, aunque se oculte, de los centroeuropeos sobre los países del sur. Sentimientos que se remontan a muchos siglos, por lo que nuestra obligación es exigir el lugar que nos corresponde, exigir el respeto que no nos tienen. Aunque nosotros deberíamos tener una política exterior de Estado enérgica, sin fisuras y sin complejos.
Después de escuchar su monólogo y su intensidad, comprendimos que nuestro marino estaba realmente enfadado. No sabíamos que contestar, nos pusimos serios para que notase nuestro desacuerdo, pero muy lejos de callar arremetió por otro lado:
—¿Veis esta noticia sobre los menas?
No entendíamos nada, nos temíamos lo peor y continuó:
—¿Por qué nos los debemos quedar? Hace poco el juez de menores de Granada, que se ha hecho famoso por sus sentencias, Emilio Calatayud apuntaba que el costo por cada mena asciende a 7.200 € mensuales. Pero eso, aun siendo importante, sería un costo que a soportar si fuera obligatorio mantenerlos en España, pero legalmente no es así, y si nos lo quedamos por razones humanitarias hasta su mayoría de edad, ¿por qué llegada esa edad no los devolvemos?
Eso supone un efecto llamada y quedarnos con ellos es para seguir subvencionándolos, y no encuentro la justificación, son mayores de edad que se deben someter a los mismo derechos y obligaciones que nuestros jóvenes, esto supone un agravio comparativo y puede convertirse en el germen de más descontentos. Pagamos subvenciones, pero no hacemos nada para favorecer su empleo, al eliminar las ayudas a las pymes para contratar en condiciones competitivas a jóvenes. Todo muy lógico y motivador.
Cuando parecía que el marino había acabado siguió con su monólogo:
—Si creyera en teorías conspiratorias pensaría que todo esto está orquestado y que pretende enrarecer el ambiente, y de paso contribuir al crecimiento de Vox, en detrimento del PP, tal como hicieron estos con UP. Solo hay que observar los últimos resultados electorales con mayor densidad de inmigración. Vemos a personas normales, sin significación política, sin ideología extremista ante lo que ven en sus barrios, han votado radicalidad y descontento, y ahí Vox está pescando.
La joven profesora ya estaba muy alarmada y replicó:
—¡Estamos en Navidad! Mi querido amigo, mi viejo marino, por unos días descansa, pon la mente en blanco. Tal como hicimos el año pasado, invoquemos la Tregua de Dios. Nos debemos de acoger a aquella tradición feudal, y como aquellos caballeros dejemos de guerrear.
Por un momento nos temimos que el marino volviese a la carga, pero nos miró con cariño y soltó:
—Aprovechemos estos días para sacar lo mejor de nosotros, dejar a un lado toda la basura emocional, dejemos de pensar en todas las indignidades que estamos empezando a sufrir y que posiblemente pagaremos muy caro en el corto y medio plazo, además de que hipotequemos el futuro.
Se levanto y con gesto teatral nos dio un abrazo y nos dijo:
—¡Feliz Navidad!
Le respondimos al unísono, nos volvimos a abrazar y nos despedimos.
Después de los días de tormenta, viento y mar revuelto parece que el tiempo también quisiera sumarse a la Navidad.
Solo pensamos que teníamos suerte de vivir alejados en la aldea
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