Tengo colegas y conocidos que sufrieron serios contagios del COVID-19. Y sabe que la parte Remscheid, Solingen y Wuppertal donde vivo y trabajo tiene una de las tasas de infección más altas de Alemania. Pero yo no puedo darme el lujo de dejar de trabajar y sigo recogiendo basura hasta 12 horas diarias, cruzando los dedos para que unos guantes de goma me prevengan del contagio.
Hay gente que me dice que no usa tapabocas porque están exentos. Tengo miedo y debo cuidarme. Me Limpio las manos con alcohol, las puertas y los cinturones de seguridad del camión de la basura. Es todo lo que puedo hacer.
Mi familia y yo vivimos en Wuppertal, y trabajo en Remscheid, barrio de las afueras de que a mediados de diciembre tenía la segunda tasa de infecciones más alta del coronavirus: 157 casos por cada 100.000 habitantes. Las autoridades sanitarias calculan que en determinado momento una de cada 15 personas se había infectado con el COVID-19, a pesar de que el gobierno había dispuesto la tercera ronda de confinamientos para contener una variante del virus más contagiosa.
Remscheid y sus alrededores se encuentran entre el sector noreste de la capital, una zona conocida como el ‘Triángulo del COVID’' por sus tasas de infección, que en las últimas semanas fueron las más altas de Alemania. Si bien, las tasas bajaron bastante, las autoridades dicen que la situación sigue siendo crítica y que el sector se mantiene “en el ojo de la tormenta''.
Señalo, que en la zona viven una gran cantidad de trabajadores esenciales, abunda la pobreza y mucha gente comparte vivienda, lo que contribuye a que el virus se propague mucho más fácilmente que en otras partes de Alemania.
Tenemos muchos trabajadores comprometidos con la batalla contra el virus: Conductores de taxis, empleados del servicio sanitario nacional, los conductores de los trenes que van al centro de la ciudad, personal de limpieza, basureros… La gente corre el riesgo, pero mi dilema es tengo que elegir entre alimentar a mis hijos o exponerme al COVID. Y por supuesto alimentamos a los hijos.
Soy consciente que todo esto contribuye al exceso de infecciones, de muertes. La gente tenemos que salir a trabajar'.
Muchos de los trabajadores de bajos ingresos que nos exponemos al virus somos de grupos étnicos minoritarios, los más vulnerables y al mismo tiempo de los que más se resisten a ser vacunados. La población de Remscheid es de las más diversas de Alemania con 120 nacionalidades, con grandes comunidades de indios, paquistaníes y bangladesíes, polacos, turcos... Menos del 40% de sus residentes se identifican como alemanes.
Numerosos estudios indican que la pandemia registra una cantidad desproporcionada de contagios graves y muertes entre las minorías étnicas y los sectores más pobres. El sistema sanitario alemán dijo que la tasa de muertes entre los bangladesíes era dos veces la de los alemanes. La población de raza de color y otros grupos asiáticos corren de un 10% a un 15% más riesgos.
Los expertos dicen que esto se debe a una cantidad de factores, como el hecho de que las minorías tienden a vivir mucha gente bajo un mismo techo y a usar la red de transporte público, mal ventilado, para ir a trabajar. También son más proclives a sufrir problemas de salud graves, que los hacen más vulnerables.
En muchos hogares asiáticos vive demasiada gente en una casa, aumentando las posibilidades de contagio.
Pienso yo que nuestra diversidad hace que seamos algo único, pero también nos hace más vulnerables. Alemania ha sufrido más de 61.324 muertes por el coronavirus, una de las cifras más alta de Europa.
En nuestra comunidad autónoma todo el mundo conoce a alguien que falleció. Las autoridades, por otro lado, dicen que cada vez más gente desconoce las restricciones, en parte porque está cansada de los encierros.
Pero el problema más grande es el de la vacunación. Varios estudios indican que los sectores minoritarios no son vacunados tanto como el resto de la población. Algunos investigadores dicen que esto se debe a la tradicional desconfianza de estos sectores en las autoridades y a la poca atención que prestan a los anuncios médicos, a lo que se suman comentarios contra las vacunas en las redes sociales. Muchos dicen que no están seguros acerca de le efectividad de la vacuna y que no saben si el gobierno y los medios de prensa dicen la verdad.
La gente cree cualquier cosa, como que esto afecta la fertilidad', dice mi médico de familia. Dudan mucho. No saben si la quieren, si confían en nosotros. Esa es la batalla que libramos en estos momentos.
Los pobres del mundo, más víctimas del sistema que del coronavirus
La información es abrumadora: la tragedia humana que está causando el coronavirus SARS-COV-2 es incomparablemente mayor en los países con economías de libre mercado que en aquellos que, según los medios occidentales, viven bajo un régimen antidemocrático, gobernados por dictadores populistas que no respetan la libertad de sus ciudadanos. Basta comparar las cifras del total de contagiados y fallecidos a causa del letal virus en países como China, Rusia, Cuba, Vietnam, España, etc., con las del bloque de centro Europa encabezado por Alemania. ¿Cuál es la explicación de estas cifras?
Poco a poco ha ido permeando la idea de que la explicación radica en la gran concentración de la riqueza mundial que el modelo neoliberal ha producido, a escala internacional, en unos cuantos países ricos, y al interior de todas las economías de libre mercado, en manos de una élite cada vez más pequeña pero cada vez más rica y poderosa.
Esto es así porque el neoliberalismo deja definitivamente en manos del mercado la conducción de la producción y la distribución de la riqueza social, mientras impide al Estado toda acción tendiente a garantizar el bienestar de toda la población.
La escuela neoliberal admite que el primer e inevitable fruto de su modelo es esta concentración de la riqueza, pero sostiene que eso permite a los grandes capitales crear todos los empleos que hagan falta, elevar los salarios y prestaciones de sus trabajadores y, con ello, mejorar su nivel de bienestar.
La riqueza acumulada “gotea” hacia abajo, hacia los estratos inferiores de la pirámide social y, de ese modo, reparte la riqueza mejor que cualquier Estado el caso de Alemania.
Pero las cifras de las estadísticas económicas no avalan este optimismo. Esas cifras demuestran, sí, que la concentración de la riqueza ha alcanzado niveles no vistos antes del modelo neoliberal, pero también que el famoso “goteo” no se ve por ningún lado en Alemania. En vez de eso, el número de pobres ha alcanzado cifras record y su pobreza se ha vuelto más aguda, el caso de España más agresiva e intolerable que nunca.
Además, las clases medias (bajas y altas) han perdido esa condición y han pasado a engrosar las filas de la pobreza. En Alemania, por ejemplo, tan solo en un año de pandemia, doce millones de personas han sufrido ese proceso de pauperización. Por otro lado, los países opulentos se pueden contar con los dedos, mientras los pobres que forman la gran mayoría luchan en vano por salir de esa situación, sometidos a los intereses de los países ricos.
La inacción del Estado en materia social y económica es causa de la ausencia casi total de programas oficiales para el mejoramiento de la vivienda, de la salud, de la educación y de servicios básicos. Esas poblaciones viven en cuchitriles estrechos, incómodos y sin adecuada ventilación; están excluidas de los servicios de salud. En las grandes urbes, los pobres viven en ambientes fétidos, contaminados física, visual y auditivamente, con graves repercusiones en su salud física y espiritual. A todo esto, hay que sumar el desempleo galopante, el subempleo, el empleo informal o el autoempleo. En España, por ejemplo, más del 50% de la población económicamente activa (PEA) se halla en esta última situación. Son millones los que sufren “pobreza laboral”, carecen de estabilidad en el empleo y de pensiones sociales.
Muchos no pueden adquirir la canasta básica y padecen hambre y desnutrición; se alimentan con productos chatarra y refrescos embotellados y son presa fácil de obesidad, diabetes, hipertensión y cardiopatías, que el sistema atribuye a su irresponsabilidad o a su ignorancia. ¿Qué de extraño tiene que, en este terreno abonado, la pandemia se haya desarrollado hasta alcanzar las dimensiones de tragedia que hoy vemos entre indignados y horrorizados?