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OPINIÓN

J’acusse

La conjura de los necios

Jorge Molina Sanz | Lunes 17 de junio de 2024
Ante los acontecimientos políticos, habrá que rememorar a Émile Zola y clamar con fuerza un sonoro y profundo «Yo acuso»

Después de un tiempo de cierta molicie nuestros amigos, con el placer del sol y la playa, se han reunido para disfrutar y opinar sobre la realidad política.

Nuestro marino, con voz engolada proclama:

—Sólo diré a Pedro Sánchez que, «puesto que ellos osaron, yo también osaré. Diré la verdad, puesto que prometí decirla…» y añadiré «es a usted, señor presidente, a quién gritaré esta verdad, con todas las fuerzas de mi indignación».

Con una sonrisa nuestra joven profesora le interrumpe:

—Estas reproduciendo palabras de la célebre carta abierta «J’acusse» que hace más de 125 años, Émile Zola publicó en el diario L’Aurore, dirigida al presidente de la república francesa.

Todo un alegato ante una injusticia y una actuación ilegítima, aunque no acabo de entender el paralelismo con nuestra actualidad.

Sigue el marino en su tono teatral:

—Me impregno de ese espíritu porque pienso que «mi deber es hablar, no puedo ser cómplice. Mis noches estarían llenas de vergüenza» porque, al igual que Zola, pienso que se están cometiendo desmanes e injusticias, corrupción y un vergonzoso abuso de poder, todo ello con la complicidad de unos políticos mediocres, cuando no delincuentes y todo para permanecer en el poder.

Para ello se desarrolla un discurso hipócrita y falsario que contribuye a la confusión, la bipolarización social y cargarse el modelo constitucional que nos ha permitido salir de la dictadura a la democracia, entrar de pleno derecho en todas las instituciones internacionales y unos años de modernización, avances y progreso.

Ninguna obra humana es perfecta y puede que el paso del tiempo aconseje hacer revisiones, pero hay que ser muy cuidadosos para que no se pierda la esencia de la democracia, como son la igualdad ante la ley, la libertad de expresión o la separación de poderes.

El tiempo es el barómetro que confirma si las decisiones de antaño han fructificado, se han quedado obsoletas o fueron erróneas.

Se clama por hacer cambios —la modernidad como excusa—, pero ninguno en lo que realmente se ha demostrado que ha sido un fracaso como es el diseño autonómico, la judicatura o la ley electoral —algunas veces no por los constituyentes, sino por el manoseo espurio de los gobiernos de turno—, pero lo cierto es que tenemos un país con leyes que institucionalizan privilegios, se ahonda en la desigualdad entre territorios y se pretenden borrar los delitos de los políticos.

Estamos construyendo un escenario en el que, cada vez más, se incumple el art. 14 de la Constitución: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».

Si «cada ser humano es único e irrepetible» y aceptamos la «diversidad» para justificar que no somos un solo país, tendríamos que hacer 48.592.909 estados —risas estentóreas—, uno para cada uno de los habitantes de este país.

¡Quiero tener mi propia autonomía, mi propia fiscalidad, mis propias leyes! No hay una razón para ser menos que un vasco, un navarro, un catalán, un gallego o un murciano

El esperpento estaba llegando al paroxismo y nuestra amiga interviene:

—Es cierto que el tiempo revela la obsolescencia de leyes e instituciones, pero eso no supone poner en solfa el modelo constitucional, aunque en la mayoría de los casos son las «interpretaciones» de los políticos de la Constitución con un claro sesgo y en su propio beneficio.

Mientras los asuntos que son un claro clamor popular no se abordan, se soslayan o se manejan torticeramente.

Nuestra ley electoral quiebra el «derecho al sufragio activo», es decir, una persona, un voto. El sistema territorial hace que el voto de algunas provincias y CCAA valga más que en otros territorios.

El sistema autonómico ha acabado siendo una filfa y el vehículo para crear un Estado elefantiásico y caro, lleno de organismos y chiringuitos afines, con una inexplicable ineficacia administrativa, anclado en el pasado y complejo para los ciudadanos, para que una pléyade de políticos viva como pequeños sátrapas.

Dice el marino:

—Añado y denuncio que la mayoría de estos políticos se caracterizan por su mediocridad, su escasa o nula trayectoria fuera de la política, lo que les obliga a navajear y aferrarse al puesto para poder seguir viviendo con privilegios y emolumentos que no recibirían fuera de la política.

¡En la calle hace mucho frio!

En mano de estos anodinos, sin conocimientos, visión estratégica y de futuro, más preocupados por su soldada que por su aportación al bien común. Sólo desde esta óptica se puede entender el bochorno que vivimos, floreciendo la corrupción, el tráfico de influencias, la malversación, la sedición, con sueldos y pensiones de privilegio, en una política de difamación, amenazas a jueces y prensa y un largo etcétera de acciones delictivas muy poco edificantes.

La joven profesora comenta:

—Poco a poco, hemos consolidado un lenguaje y aceptado valores que hubieran escandalizado en otras épocas, pero no podemos obviar que la condición humana es capaz de las más grandes gestas, pero también por miedos, rencores, ideología o simplemente indolencia, de los más vergonzosos silencios.

Lamentablemente, aquello de Joseph Goebbels: «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad» hoy está más presente que nunca con el altavoz de los nuevos modelos de comunicación social, las redes sociales o la aplicación de la Inteligencia Artificial.

Tenemos muchos elementos en la ecuación para reflexionar.

Nuestro marino concluye:

—Me atrevo a acusar a Pedro Sánchez, como empezaba Zola en su carta, y «decirle que su estrella, tan afortunada hasta ahora, está amenazada por la más vergonzosa, por la más imborrable de las manchas». Se ha convertido en un autócrata infame, maniobrero sin honor, capaz de encubrir con un manto la ignominia de la corrupción y el tráfico de influencias que duerme en La Moncloa.

Presidente, Pedro Sánchez, si no gobernaras —te tuteo porque no cuentas con mi respeto— estarías clamando por tu propia dimisión, el encarcelamiento de tu mujer, de tu hermano y de muchos de tus colaboradores.

El aperitivo y el apacible mar alivian la desazón. Esta es la suerte de nuestro carácter, algo indolente y que se acomoda a todas las situaciones.

Jorge Molina Sanz

Agitador neuronal

jorge@consultech.es

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