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OPINIÓN

El curioso caso del término nini

Lucía Caballero | Martes 16 de septiembre de 2014

Resulta curioso, a la par que gracioso, el calificativo nini. Hoy en día todo el mundo conoce el nombre con el que se denomina a aquellos jóvenes que no trabajan ni estudian.



Cabe decir que entre los ninis de a pie militan también los miembros de la “generación perdida” (un apodo no menos esperanzador), que, dados sus problemas para encontrar empleo actualmente, no se sabe bien si lograrán salir airosos de esta adversa situación laboral que deglute a Europa y al resto del mundo.

El simpático denominativo procede del acrónimo anglosajón NEET (Not in Employment, Education or Training), siendo utilizado por vez primera en Reino Unido, donde abarca a personas de entre 16 y 18 años. Posteriormente, el término se extrapoló a otros países, donde el intervalo de edad se amplió considerablemente; en Japón, por ejemplo, se considera a los jóvenes de entre 15 y 34 años desempleados, solteros, que no estudian y que tampoco buscan trabajo. Resulta que en el país asiático también se tiene que ser soltero para aspirar a la categoría de nini. El apelativo fue originariamente acuñado para designar a los individuos pertenecientes a un pequeño rango de edad; llama la atención el ejercicio de generalización que mete en el mismo saco a un chaval de 15 años y a su tío de 30, como si los entornos de ambos fueran equiparables.

Según el informe de la OCDE publicado este mes, España se presenta como el primer país europeo en número de ninis, con una proporción del 27,3% de los jóvenes de entre 15 y 29 años, siendo la media de la OCDE del 15,8%. Indudablemente el dato es alarmante. Sin embargo, esta situación viene dada por las circunstancias actuales y las precedentes, dudo que alguien dijera un mañana “hemos decidido dejar de trabajar. Nos hemos cansado”. De hecho, en el pasado no todo fue un camino de rosas; en 1996 el desempleo juvenil rondaba el 50%, dato bastante similar al presente. La demanda de empleo que supuso el negocio inmobiliario hizo descender el porcentaje, hasta que el negocio, como era de esperar, dejó de ser negocio.

Ell término lo inventó un político. Probablemente un señor ya entrado en años, con bigote, traje y corbata, que nada tenía en común con la juventud y que probablemente ni comprendía, ni tenía intención de comprender los problemas que acuciaban a los jóvenes (otra especie de ninismo), sino que, en vez de centrarse en las causas y solventar los errores del pasado, se dedicó a la crítica y el menosprecio; afición inglesa que compartimos en gran medida los españoles.

Se tacha a los miembros de una generación de vagos e incompetentes, de pasarse del día emitiendo suspiros plañideros mientras se rascan la barriga a la par que twittean sus lamentos. Pues con gran aprensión confieso que no conozco a ningún nini. La mayoría de personas que me rodean estudian, trabajan o incluso ambas cosas. Y los que no, al menos buscan empleo o tratan de complementar su formación. Los hay que hasta dedican parte de su tiempo a labores no remuneradas, a alguna actividad que les apasiona y que, pese a ser una fuente potencial de ingresos, dado el contexto, no les reporta ningún beneficio. Los jóvenes de hoy construyen proyectos de vida diferentes a las generaciones anteriores, porque la realidad está cambiando, pero se necesita tiempo para que el modelo económico sea modificado hasta encontrar un nuevo motor que esta vez no implique cemento, ladrillos y gran número de trabajadores poco cualificados.

Ninis ha habido siempre, y los seguirá habiendo, pero pueden pertenecer a cualquier grupo generacional. Aún así, afirmo que no vivo en un país de jóvenes ineptos, no conozco a ningún llorica parado que no esté moviendo un dedo para salir de esta situación. Aprovechamos las oportunidades. Quizá nuestra mayor falta sea el pecar de ilusos, pero nadie nos avisó de que estábamos soñando por encima de nuestras posibilidades.