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OPINIÓN

La prensa, cómplice de Juan Carlos

Joaquín ABAD | Martes 05 de mayo de 2015
Tras la lectura del libro de Ana Romero, Final de Partida, sobre la última etapa de Juan Carlos, como rey y como persona, saco algunas conclusiones.

La más trágica, la que más me duele porque llevo la libertad, la independencia del periodismo en mi ADN desde que empecé las prácticas al final del régimen de Franco, es la complicidad de la prensa. Leo que desde que era príncipe, nuestro Rey Juan Carlos ha sido todo un golfo. Siempre se ha comportado como un auténtico egoísta, buscando sólo diversión y acercándose a amigos adinerados a los que sablear. Y siendo la primera autoridad del Estado ha coleccionado centenares de amantes despreciando, humillando a su esposa, la Reina Sofía de Grecia, a la que le restregaba en público la querida de turno. Y en la prensa, que lo sabía, que lo fotografiaba, nada se decía. Nada se publicaba. En la mayoría de casos por esa especie de pacto no escrito entre los directores de los medios que ignoraban las golferías del Jefe del Estado Español. Vamos, como si de la familia Franco se tratara, sólo que España no era ya una dictadura militar y la libertad de prensa estaba respaldada por la Constitución.
Son muchas las ocasiones que editores de revistas del corazón han comprado fotos comprometidas, reportajes escandalosos de Juan Carlos para guardarlos en el cajón del olvido y luego, quien sabe, utilizarlos para obtener favores. Otras ocasiones, miles, son los propios directores que reciben la llamada de Zarzuela solicitando que no se publicara tal o cual información que en nada favorecía la imagen social del Rey de España. El Mundo de Pedro J. Ramírez era uno de los pocos que se resistía a las presiones pero no obstante se resguardaba reproduciendo lo que revistas italianas, o inglesas, publicaban de nuestro monarca que lo fotografiaban en pelota picada, en algún yate, con la amante de turno.
Fue a partir de Botswana, cuando nos enteramos que nuestro Rey se dedicaba a matar elefantes en plena crisis económica, con colas de miles y miles de españoles en los comedores de Cáritas, que se terminó con esa complicidad. Nuestra primera autoridad estaba por encima del bien y del mal. Para él no había crisis, ni había nada que le impidiera irse de cacería a Africa junto con su última amante, la denominada princesa Corinna.
La prensa, los periodistas, los editores, han sido los cómplices durante cuarenta años de los excesos de un monarca que ha disfrutado de quizá un millar de amantes, y que se sabe que ha amasado una fortuna mil millonaria. Cómplices de un mal ejemplo social y económico y que se ha rodeado de una corte de empresarios que hacían negocios gracias al tráfico de influencias que se emanaba desde la propia Zarzuela. ¿O no?

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