Las alertas y llamadas a la acción, ahora, contra “los manipuladores de la verdad”(rusos, o chinos, o israelíes, o derechistas...) responde, simplemente, a la pérdida de influencia de los grupos intelectuales y mediáticos que han dominado el panorama, político e informativo, occidental en los últimos 50 años, imponiendo un pensamiento obligatorio que han gustado de llamar “progresista” o “políticamente correcto”, de raíces y modos cada vez más stalinistas.
Es gracioso que los que se dicen preocupados por la verdad sean los que más manipulaciones han coleccionado. Baste recordar el ocultamiento, por parte de PRISA con El País y la SER a la cabeza, de los crímenes del gobierno de Felipe González (desde Filesa y los GAL, hasta Roldán) mientras magnificaba los problemas de sus adversarios. Le Monde con Mitterrand, La Reppublica con Bettino Craxi o el New York Times contra Reagan, son buenos ejemplos.
Hasta hace poco, todos esos grandes medios acumulaban ingresos porque convencían a políticos y empresarios de que ellos eran los auténticos moldeadores de los criterios de electores y consumidores, prescriptores sagrados de la opinión pública.
Pero los difusores de esa concepción izquierdista- que gusta de autodenominarse progresista- no han podido ocultar, por más tiempo, su pérdida de influencia y cómo, los habitantes de las sociedades occidentales, les han dado la espalda. Afortunadamente, el desarrollo de Internet y las redes sociales ha roto el asfixiante monopolio de la verdad, en manos de los difusores del pensamiento único y obligatorio.
Todos esos medios, sus grandes líderes intelectuales y políticos han dejado al descubierto la escasez de su influencia. Desde Obama hasta el Papa, fue unánime el respaldo al acuerdo de paz con los terroristas de las FARC. Pero, con las posibilidades de la Red, los colombianos pudieron escuchar otras voces y votaron no, a una componenda que premiaba a los narcoterroristas por sus crímenes. En el mismo sentido, las llamadas a rebato contra Trump, la nueva derecha europea de Orban y Salvini, etc se estrellan contra la opinión de los electores que encuentran fuentes de información alternativas, a las que dan mucha más credibilidad.
En esa concepción comunista, pequeño burguesa, en el que los líderes se erigen en salvadores de los pueblos “ignorantes”, toca ahora despreciar a la gente de a pie que “no sabe lo que realmente le conviene” y el enfado y la frustración, de todos esos “líderes”, les lleva incluso a exigir el desprecio a los resultados por los que no habían apostado, a reclamar la destitución y el boicot a los líderes democráticamente elegidos porque no son sus favoritos.
Un ejemplo patético, y reciente, es la ola mundial de intelectuales y medios “progresistas” conjurándose, contra el triunfo de Bolsonaro en Brasil, calificándole con los peores epítetos, mientras callan los desmanes de Castro en Cuba, el régimen criminal de Irán o el de Venezuela.
Pero, a su pesar, resulta que los brasileños, en especial los más jóvenes y los más cultos, son los que llevan, a Bolsonaro, al palacio presidencial.
Cada vez con más energía, los ciudadanos escogen sus fuentes creíbles y estas ya no son esos medios de comunicación que quieren imponer, de manera inmisericorde, una sola concepción del mundo, esa que autodenominan “progresista” y que, en esencia, supone liquidar la sociedad occidental y renunciar a sus raíces y a su futuro. Unos medios y unos personajes que, aterrados y enfurecidos, por su pérdida de poder, quieren retratar a los electores como menores de edad, idiotas capaces de tragarse cualquier bulo, o cualquier estupidez porque, claro, es bulo o estupidez cualquier cosa que no coincida con los del medio, o el “profesor” izquierdista que hasta hace poco era la única “voz de la Verdad”.
Intentan, ahora, constituir “proyectos de confianza”, organismos “de Control de la información”… pero les ha superado la realidad y sus lectores, oyentes o espectadores, no van a volver a otorgarles esa credibilidad que perdieron, hace mucho, al manipular la realidad, en función de sus intereses empresariales y políticos.