—Mi querida amiga, esta semana hemos asistido al fallecimiento de uno de siete «padres de la Constitución». Un abogado que ocupó diversos ministerios en la etapa de UCD, que cuando se acabó ese tránsito de la política, sin aspavientos, se reincorporó a su profesión de abogado y como profesor en la Complutense. Un cordobés sagaz que todos apodaron como el «zorro plateado» por su perspicacia y por su pelo blanco, a pesar de ser todavía un hombre joven. Creo que es merecido rendir homenaje a José Pedro Pérez Llorca y a unos cuantos políticos de aquella etapa. Políticos admirados y aclamados, muy lejos de lo que estamos viviendo en los últimos años, en la que la política se ha convertido en una actividad denostada y vilipendiada.
Nuestro marino agregó:
—Es necesario rendir homenaje a este jurista, un hombre de estado, un abogado de una gran preparación con un sentido de entrega y responsabilidad, que jugó un gran papel en aquellos años convulsos que —aunque ahora se relatan como una transición pacífica— no estuvo exenta de sustos. Años importantes para implantar la democracia e incorporarla a todos los organismos internacionales de pleno derecho, aunque ahora haya un enorme deseo de infravalorar y descalificar esa etapa.
No se puede vivir en la nostalgia. No se debe caminar mirando hacia atrás. Si lo hacemos corremos el riesgo de no ver lo que tenemos por delante y acabar dándonos de morros con una farola. Es preciso vivir con nuestro tiempo y proyectarnos hacia delante, pero también necesitamos tener referencias, observar y emular los casos de éxito que nos han precedido y también aprender de los errores del ayer inmediato. Por ello necesitamos analizar, conocer y entender nuestro pasado reciente para emular éxitos y evitar errores.
La joven profesora, que había permanecido callada hasta ese momento —después de dar un sorbo a su café— añadió:
—No hace mucho tiempo escuché una de las últimas declaraciones públicas de Pérez Llorca en la que explicaba que en aquellos momentos el objetivo no era acabar con la dictadura, puesto que ya en aquellos momentos estaba superada y había llegado su fin. El objetivo profundo —e importante— era reunir un alto grado de consenso para conseguir una Constitución que involucrase a todos los españoles para no volver a reproducir los enfrentamientos fraternales que nos han acompañado en los últimos 150 años de nuestra historia.
Nuestro marino asintió con la cabeza y dijo:
—Tenemos una larga tradición de enfrentamientos cainitas que lo único que han aportado es mucho desgaste como nación y atrasos endémicos de la población, solo para satisfacer las ambiciones de determinados grupos que —bajo una bandera y la promesa de una vida mejor— han fomentado odios, animadversión y los instintos más bajos como país. Era necesario crear una Constitución que permitiera no volver a reeditar viejas rencillas para dar paso a una época de paz y tranquilidad que nos permitiese avanzar y progresar. Y si analizamos con objetividad —con todos los defectos que se quiera— los objetivos se han conseguido. Vivimos una época en la que contamos con una buena sanidad para todos, la escolarización no solo está garantizada, sino que contamos que el mayor índice de universitarios al mismo nivel de la mayoría de los países más desarrollados o gozamos de buenas infraestructuras. En definitiva, somos un país moderno que puede afrontar grandes retos y seguir aspirando a una vida mejor, siempre que rememos en la dirección correcta.
A nuestra joven profesora le preocupaban algunas cosas:
—Sin que se puedan rebatir —desde la objetividad— estos hechos, es muy difícil entender que es lo que nos está pasando en los últimos tiempos. Si bien es cierto que la profundidad de la crisis ha trastocado muchos temas, no es menos cierto que hemos contado con unos políticos que, en lugar de buscar soluciones, de intentar centrarse en la búsqueda de oportunidades para superar los problemas se han dedicado a crear crispación, a reabrir viejas heridas —además con un sesgo muy parcial—, a hacer mucho ruido, con muy poca talla profesional y técnica, más enredados en buscar problemas que soluciones. Recuerdo en esa entrevista se lamentaba de que estábamos viviendo una época con una atmósfera muy cargada de ira, y que había una urgente necesidad de limpiar la atmósfera.
Cuando una figura como la de José Pedro Pérez Llorca se nos va, al dolor de la pérdida para los suyos, hay que añadirle la añoranza para todos, de que personajes de esa talla, con ese nivel de formación, con valores y creencias éticas y que llegaron para servir y no para servirse, hicieron que este fuese un país mejor.
Descanse en paz.
Había llegado el momento de irse, pero no encontrábamos el momento, parecía que estábamos un poco nostálgicos; además el sol, el mar nos invitaba a seguir un poco aislados del mundanal ruido.
Nos miramos con complicidad, nos levantamos y mientras nos íbamos marchando no dejamos de pensar que aquí, en nuestra aldea, solo queremos ser gobernados por políticos de ese nivel.
Claro que en la aldea no sabemos de casi nada.
jorgemolina.tesismo@gmail.com