Por eso quizá sea mejor estudiar esta ley desde la Competencia constante, porque la confrontación siempre surge cuando previamente se da la competencia entre los que aspiran a lo mismo y, ante la limitación de los recursos a utilizar o apropiarse, es cuando surge la confrontación y el conflicto del que se derivará como se obtiene o reparte ese bien, situación, posición o cuestión en disputa.
A tenor de este principio de la competencia constante, para que un conflicto exista y haya varias voluntades en movimiento y cambio que se enfrenten y compitan, y formen dicho conjunto de relaciones en contraposición, siempre debe existir, al menos, la dualidad. La realidad nos demuestra que casi siempre existe la multilateralidad.
Es siempre la interrelación con los demás y el conflicto permanente de contraposición y equilibrio en la tensión con los oponentes, derivado de la competitividad, lo que forja, cohesiona, disciplina, organiza, jerarquiza y determina su composición interna, y sus futuras respuestas frente a ese exterior agresivo. Por eso, tanto la Ley de la existencia, la de la Identidad y la de la Estructura, nos demuestran que cada parte de hoy no es más que el resultado de su experiencia en la competencia con las demás fuerzas. Han sido los resultados del éxito o fracaso lo que ha definido lo que esa parte –que existe porque resistió- y la competencia la ha hecho lo que “Es”.
Es el exterior y los oponentes lo que origina los cambios de esa estructura en competición. Y también los cambios en los deseos, proyectos, sueños o aspiraciones.
En todos los casos son los contrarios los que originan y definen toda modificación en tanto en cuanto aguantemos, o no, el dolor que nos infligen. Si lo aguantamos le llamamos “Éxito” y si nos hiere o derriba lo llamamos “Fracaso”.
El principio de la presión ajena constante es característico a todos los conflictos. Si no hubiese presión no habría contención, confrontación, competencia. Sin presión ajena ejercida por otra voluntad que lucha por obtener lo mismo que nosotros queremos no habría conflicto y, por lo tanto, no habría «vida».
Producto de la competencia con el exterior, debemos analizar la presión constante que crea y soporta cada voluntad. Esa presión, al mismo tiempo, es la que perfila el tipo de voluntad que nace frente a esa agresión, y la que le proporciona las características necesarias para combatir. El cómo se discipline, cohesione y organice en el futuro, también va a ser directamente proporcional a esa presión exterior y ajena.
Son los problemas, las dificultades, las adversidades a superar, las que perfilan, perfeccionan y templan una voluntad individual o colectiva. Sólo las necesidades y la adversidad nos proporcionan la perfección. Al contrario, la vida fácil, la victoria y las comodidades destruyen, antes que después, cualquier voluntad.
El hambre es el verdadero motor de la historia de la humanidad. Son los hambrientos, los afortunados que dominarán el futuro, los acomodados, más pronto que tarde, serán superados y eliminados. Sin duda alguna desaparecerán.
Quizá por eso somos rehenes de los avatares de la vida. Por nuestra voluntad tendemos a lo cómodo, lo seguro, lo no exigente. En la práctica avanzamos hacia nuestra destrucción. Por eso la naturaleza, a través de la competencia, nos exige que nos movamos y busquemos nuevas fórmulas para superar los obstáculos. El que los supera triunfa y… Sobrevive, y el que no… Perece.
Sobre el autor
Carlos González es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, y de reciente aparición El Sistema, de editorial Elisa.