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OPINIÓN

¡Que los Estados dejen de incendiar el Amazonas!

Alejandro A. Tagliavini | Viernes 30 de agosto de 2019
Antes que nada, y para que se queden tranquilos, el "pulmón del planeta" son los océanos, no los árboles, ya que generan entre el 50 y el 90% -según cuál experto- del oxígeno global gracias al fitoplancton marino.

Por otro lado, como señala Ian Vázquez, si bien para el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil en 2019 se produjeron 83% más incendios que en 2018, el destacado experto Daniel Nepstad, asegura que el aumento es de solo 7% sobre el promedio de los últimos diez años.

En cualquier caso, el poder de la propaganda es notable. Los Estados, los políticos con el fin de beneficiarse y esconder sus culpas, gracias a que tienen una gran capacidad de difusión, están haciéndole creer a la opinión pública que son los únicos que pueden resolver el problema y que, por tanto, necesitan más poder, más dinero.

Irónicamente, como asegura Jorge Amador, son los Estados los principales contaminadores, empezando por las Fuerzas Armadas, sus bases militares y basureros y siguiendo por sus empresas como las enormes petroleras estatales. Utilizar las Fuerzas Armadas, que son altamente contaminadoras, para apagar incendios es irónico. Ese trabajo bien podrían hacerlo, con más eficacia, cuerpos de bomberos privados y compañías aseguradoras.

Precisamente el hecho de que la opinión pública reaccione con tanta preocupación demuestra que el problema lo crearon los políticos, no el mercado que, por cierto, no son las grandes empresas como algunos creen, sino estas personas comunes, de la opinión pública.

Es cierto que fueron campesinos los principales responsables de encender el fuego, pero incitados por el gobierno. Evo Morales aprobó un decreto que permitía la quema controlada de bosques en los departamentos amazónicos bolivianos de Santa Cruz y Beni, donde comenzaron los fuegos extendiéndose luego al Brasil.

Por otra parte, se entregó tierra de manera gratuita y, si bien puede parecer muy “caritativo”, esto acarrea dos problemas. Por un lado, que no se valore y, por tanto, no se cuide la propiedad y, por otro lado, que los ocupantes no tengan los recursos necesarios. El propio Morales dijo que "Las pequeñas familias, si no chaquean, ¿de qué van a vivir?". Sucede que estas familias pobres no tenían el equipamiento necesario para desforestar, y transformar en cultivables las tierras, con lo que no tenían otra solución que quemar la maleza.

Son las personas comunes -el mercado- las que con más fuerza se dedican a la preservación de la naturaleza. Los caballos, por caso, no se extinguen porque están en manos privadas cosa que, básicamente, no ocurre con otros animales al borde de la extinción.

Según Jarret Wollstein, durante los años sesenta, Brasil se embarcó en un masivo desarrollo de su selva amazónica. Y el Estado construyó miles de kilómetros de caminos con subsidios, otorgó préstamos baratos a los granjeros y ganaderos e, inclusive, les proveyó transporte gratuito. Los granjeros quemaron los bosques. La agricultura del Amazonas era rentable únicamente debido a los subsidios.

En contraposición, Matt Ridley escribió que, en Nueva Zelanda, el gobierno dejó de subsidiar a los agricultores. Lo que resultó muy beneficioso para el medio ambiente, dado que éstos utilizaban los subsidios estatales para convertir artificialmente, mediante la utilización de pesticidas y fertilizantes contaminantes, tierras que no eran rentables según el mercado.

*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

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