Nuestro marino esta mañana tenía un periódico encima de la mesa con una fotografía grande de una manifestación de pensionistas en Bilbao, señalando la foto nuestro amigo comenta:
—Mirad a ese pensionista vasco, ese con gafas y perilla, que lleva una pancarta que dice «¿Existe algo más triste, que ver hombres o mujeres trabajadoras y pensionistas, votar a la derecha?». No acabo de entender que tiene que ver el voto a derechas o izquierdas con las pensiones. Además, él vive en el país vasco en el que gobierna el PNV que no es, especialmente, un partido de izquierdas, y debe irles bien cuando lo vienen revalidando después de muchos años, pero la ideología, a los estólidos, les ciega. De hecho, aquí en España, el único recorte de pensiones lo hemos visto con el cipayo Zapatero, que no era precisamente de derechas.
Realmente es sorprendente la mentalidad de las izquierdas que siempre parecen arrogarse todas las virtudes y todo aquello que suena a social, que tiene la etiqueta de amable o de favorecer a las clases más débiles. Todo esto no cuadra con los datos y con la historia; los hechos demuestran que las mayores políticas sociales que hayan aportado progreso y calidad de vida no han sido, salvo excelentes excepciones, cuando han gobernado partidos de izquierda. Esta no es una regla exacta, es más, en muchos casos, incluso, al contrario. Tenemos los ejemplos de los países con regímenes comunistas en los que han conseguido crear las mayores cuotas de paro encubierto, pobreza, represión, injusticias y han sembrado el mayor desasosiego entre las clases más desfavorecidas.
Nuestra amiga mirando atentamente la foto dice:
—Es cierto que los votantes, en general, tienen una memoria muy selectiva, tienden a justificar o a mirar para otro lado cuando la verdad, los hechos o los datos que hay sobre la mesa no les convienen, si eso lo han hecho los partidos de su ideología. Parece que todos los beneficios los han orquestado los suyos y todo lo negativo es obra de los contrarios. Además, ante estos hechos, siempre me viene a la cabeza la cita de Alberto Moravia denunciando aquello de que «curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos de los gobiernos que han votado». La mayoría de la gente debería abandonar su posición ideológica y dar un mayor valor a la razón y hacer menos alusiones a los sentimientos y las emociones que nos acaban cegando y distorsionando la realidad de los hechos.
El marino prosiguió:
—La ideología no se puede llevar a los extremos, hay que aprender a votar con mayor objetividad; con el cerebro y no con las vísceras. En este país estamos en una democracia, con un marco constitucional, regido por multitud de normas que emanan de la Unión Europea y que obligan a todos los países miembros, con indiferencia del color político que esté gobernando en cada país.
Intervino nuestra joven profesora para comentar:
—Es un hecho que, cuando votamos en unas elecciones municipales, no pensamos que con nuestro voto vamos a cambiar el mundo, sino que vamos a apostar por un equipo que queremos que sea efectivo —eficiente y eficaz—, para que se mejoren las condiciones de nuestra ciudad. Queremos parques, calles limpias o una eficaz recogida de basuras, aunque muchas veces en ese intento de politizarlo todo parece que, con esas elecciones municipales, se va a cambiar el mundo. Es más, existen innumerables ejemplos de poblaciones que en las generales o autonómicas votan unas candidaturas de un determinado signo, mientras que para las municipales se vota a un signo político diferente; votan a las personas que ya conocen, que les aportan garantías y que saben que se van a esforzar por resolver los problemas cotidianos, que tienen un proyecto y que van a intentar hacer lo mejor por su ciudad.
El viejo marino dio un nuevo sesgo a la conversación:
—Volviendo a las manifestaciones de pensionistas en el País Vasco, a lo mejor habría que poner unos cuantos temas encima de la mesa que, por no ser políticamente correctos, a veces se obvian. Uno de ellos es que los vascos están siendo muy activos en manifestaciones, pero ellos cuentan con el promedio de pensiones más alto del país. Algunas de ellas, concedidas hace muchos años, cuando aún estaban en edad laboral, jubilaciones anticipadas para compensar el cierre de la industria siderometalúrgica que estaba obsoleta o de la minería del carbón. Ahí se estuvo comprando la paz social, eso lo hizo un partido de izquierdas, pero ahora tenemos zonas que están languideciendo, sin apenas actividad económica y con pensionistas todavía jóvenes, pero ociosos; esa «muerte dulce» como país la estamos pagando un precio muy alto.
La joven profesora miró de soslayo, el tema es peliagudo, y comentó:
—Al fin y a la postre, esas personas que recibieron jubilaciones anticipadas no son los responsables de las decisiones que tomaron aquellos gobiernos. Aunque con probabilidad, estamos en lo mismo, los votantes no se hacen responsables de lo que votaron. El problema de las pensiones es serio e importante; todo lo achacamos a la pirámide poblacional y a que, si no hay más incorporaciones al mundo laboral, para dentro de unos pocos años, con una población envejecida, tendremos dificultades para seguir pagando las pensiones como no se tomen medidas correctoras.
Después de una suave sonrisa nuestro viejo marino replicó:
—Espero que eso a mi no me llegue, pero en este país hay mucha gente cobrando de los impuestos, algo se habrá hecho mal.
Vimos que íbamos a empezar a hablar de presupuestos, de paro, de subvenciones, de funcionarios y más de pensiones. Era mejor apurar el café, despedirnos y mirar al mar en un día tan soleado.
Cosas de la aldea.
jorgemolina0212@gmail.com