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OPINIÓN

Los rostros de la tragedia

Un español en Alemania (54)

Jose Mateos Mariscal | Jueves 24 de septiembre de 2020
El sueño europeo para muchos puede ser la salida a la pobreza. El cambio de país, los salarios más altos y las fuentes de trabajo impulsaron a los más de dos millones de españoles para dejar el país y buscar mejor vida en otros lares.

Cada historia es un mundo distinto. No todos corrieron con la misma suerte. Algunos regresaron con las mismas ilusiones. Pero también hay relatos de esfuerzo y éxito y, pese a que volvieron, no dudarían en salir otra vez.

Quiero hacer que nuestras voces sean escuchadas y conozcan la fuerza, la valentía y la resiliencia de quienes hemos tenido que dejarlo todo y seguir construyendo caminos. Detrás de las monumentales dimensiones de esta crisis migratoria, miles de seres humanos vivimos historias desgarradoras que nos hicieron abandonar nuestra patria.

Muchos emigrantes no quieren mostrar la cara ni hablar ante las cámaras. Les da pena que su familia los vean, cansados. Emigrar para aliviar el hambre, conseguir unos euros para nuestras familias o para quedarnos e iniciar una nueva vida.

Han pasado algo más de siete años y medio desde que yo, José Mateos Mariscal y mi familia, tuvimos que abandonar nuestra casa para buscar un futuro mejor en otro país. Como a tantas otras personas, la crisis económica de 2008 nos golpeó e hizo que perdiéramos todo lo que teníamos. Yo, natural de Zamora, era autónomo y tenía una pequeña empresa de estructuras metálicas para grandes superficies comerciales con 20 operarios a mi cargo, a la cual contrataban grandes empresas de todo el Estado Español.

Todo iba bien, hasta que la empresa quebró y la recesión me obligó a poner todo mi patrimonio sobre la mesa. Fue entonces cuando comenzó mi pesadilla, así como la de mi mujer, María Coral, y mis hijos, Leandro y Yhasmin, en aquel momento de 8 y 12 años respectivamente. Con 39 años no asimilaba estar en el paro. Tenía un título y había trabajado toda mi vida. Estuvimos cuatro años malviviendo con 370 euros de subsidio que no daban para nada y con problemas con los asistentes sociales, puesto que tuvimos que vivir dos desahucios.

Ante el "miedo", busque ofertas por internet hasta que encontré una en Alemania que, a simple vista, parecía irrechazable, ya que ofrecía trabajo en una fábrica y una habitación por 300 euros. En junio de 2013 vendí mi coche y compré un vuelo para mi familia dirección Wuppertal. Llegamos a un portal y no había nada. Era un descampado. Nos vimos perdidos. Ante esa situación, y sin poder hacer nada, decidimos coger un tren para regresar al país natal.

Lo que no sabíamos era que una serie de casualidades iban a cambiar nuestros planes, empezando porque las vías del tren estaban cortadas y tuvimos que parar en Remscheid en busca de un lugar en el que poder dormir esa noche. Al bajar, una mujer nos recomendó ir a la Coordinadora Federal del Movimiento Asociativo de Alemania, una especie de consulado que ayuda a la gente gratis.

Pero el verdadero giro de los acontecimientos se dio cuando entramos en el bar Andalucía, donde conocimos a un cocinero que trabajaba para las Misiones Católicas de lengua española en Alemania, cuyo objetivo era ayudar a los emigrantes y de la que por aquel entonces era delegado nacional el sacerdote navarro José Antonio Arzoz Martínez. Un hombre con el que, años después, nos sentimos agradecidos.

El sacerdote diocesano no dudó en ir a recogernos y nos ofreció comida y cama durante 15 días, el tiempo que tardé en encontrar mi primer trabajo en Alemania como soldador. José Antonio nos acogió, nos dejó dormir en una parroquia y nos ayudó a encontrar trabajo. Nos ayudó como un padre y le queremos agradecer todo lo que ha hecho por nosotros. Una persona solidaria e implicada, que se ha dedicado toda su vida a ayudar y que protegió a los más desfavorecidos y se involucró con ellos. Guardamos un recuerdo impresionante de él. Nos salvó de la situación en la que nos encontrábamos, si no, estábamos perdidos. Quiero aprovechar estas líneas para hacerle un homenaje, porque se lo merece y es una persona maravillosa.

Después de casi ocho años en Alemania, y con el recuerdo de la ayuda del sacerdote José Antonio muy presente, yo y mi familia hemos conseguido adentrarnos; yo trabajo para el Ayuntamiento recogiendo basura con un contrato indefinido y mi hijo e hija estudian. Mi mujer, por su parte, no puede trabajar debido a que tiene artrosis.

Al principio la integración en Alemania fue fatal, porque el idioma es imposible, sobre todo para los mayores, pero tienes que aguantar porque como vuelvas a España vuelves a pasar calamidades. Al final los niños son los que ganan, y ahora hablan perfectamente español, inglés y alemán.

Yo no me arrepiento de haber tomado la decisión de abandonar mi país natal en busca de un futuro. Ahora tenemos una vida digna, cosa que no teníamos en España, que es una máquina de hacer indigentes. Antes no podía pagar la luz y el agua, ahora sí. Si vuelvo a mi país de origen será solo de vacaciones.

Trato de humanizar el fenómeno migratorio, de poner una cara al emigrante que se va, a la esposa que espera a su esposo, a los hijos que añoran a su padre; esto una de las grandes paradojas del fenómeno migratorio, en donde un miembro de la familia se va para que el resto de la familia viva de una mejor manera, pero estamos seguros de que si no se fuera estaría mejor, porque la familia estaría junta y, sobre todo, contaríamos con que la migración no fuera una necesidad imperiosa en España, sino que tu futuro esté con tu familia.

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