Alguna vez aprenderemos que la violencia solo destruye, según ha establecido la ciencia de manera concluyente, y que los problemas de la libertad se solucionan con más libertad o la inversa, los problemas de violencia se agravan con más violencia. Así, abrieron las puertas del infierno: estas cuarentenas lograron un desempleo que entonces alcanzaba a 40 millones de personas, muchos de ellos alienados y marginados, caldo de cultivo para el delito.
Ahora unos simpatizantes de Trump ingresaron al Capitolio, cuatro personas murieron y hubo detenidos. Entretanto, según algunos medios, el asalto se planeó en las redes sociales mientras crece la preocupación porque los foros de ultraderecha estarían planeando acciones que culminarían en la “Marcha del Millón de Milicias” el 20 de enero, día de la investidura de Biden. El FBI, el Pentágono y Twitter lo estarían advirtiendo.
Algunos dicen que no fueron partidarios de Trump los responsables de la violencia, sino provocadores externos. Pero lo que importa no es quién fue, sino que se ha creado una tensión social -a partir de la violencia estatal- que alienta estas revueltas.
Uno de los que entraron al Capitolio decía que “todos nos traicionaron, representantes, senadores, gobernadores ¿que se supone que debemos hacer? ningún político nos escucha”. Otro argumentaba que Trump no es la causa sino una consecuencia ya que los políticos “han abusado de los organismos del Estado que están totalmente corruptos y ahora inventaron que no se podía votar en persona, aunque sí ir al supermercado”. Aun sin razón, es obvia la frustración sobre todo entre los que se han quedado sin empleo y sin futuro.
Escribió Julio Shiling que la democracia es “un arreglo político de autogobierno popular… El poder se divide, se descentraliza y se hace competir cordialmente para proteger la libertad”. Pero, con la excusa de la “pandemia”, políticos y burócratas para quienes los ciudadanos son un expediente de papel -o digital- erigieron un sistema autoritario -como si los ciudadanos libres, que se juegan su propia vida, no fueran responsables- desconociendo la voluntad de las personas, imponiendo fuertes restricciones a la libertad, arruinando la vida de millones.
Además, dice Schilling, muchos “medios de comunicación abandonaron una de sus principales responsabilidades como defensores de la verdad en una sociedad libre: el periodismo de investigación objetivo. Lo que presenciamos son operativos impulsados ideológicamente que sirven a intereses”.
Y las redes sociales tienen un poder excesivo, pero, precisamente, porque el Estado coactivamente les garantiza, entre otras cosas, un cuasi monopolio a partir de las leyes de “propiedad intelectual”. De modo que no se soluciona imponiendo más regulaciones estatales -más poder de policía, lo que resultaría incoherente- que particionen a las Big Tech, sino todo lo contrario, el Estado debe dejar de garantizar estos monopolios para que la gente pueda expresarse en libertad.
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California