Hoy sigo visionando aquel tenebroso día, en el que pareció que todo lo que habíamos avanzado se nos venía abajo.
Acababa de llegar a Navarra, iniciaba una nueva vida llena de ilusión que aquella larga noche pensé se truncaba viendo aquellas terribles imágenes.
Llegaba de Madrid después de una larga militancia en la izquierda (PCE y CC.OO.), de lucha contra el franquismo para conseguir la democracia.
A menudo recordamos los acontecimientos pero no los sentimientos, las sensaciones que nos provocan.
Primero sorpresa cuando un canalla fascistoíde con una sonrisa vino a contármelo a mí lugar de trabajo, luego indignación, cierta zozobra y por qué no decirlo, algo de miedo. Miedo sobre todo a romper con todo lo previsto hasta ese instante.
Después una intensa noche en compañía de mi amigo del alma, viendo la tele, escuchando la SER.
Él planteando huir a Francia (había tenido un “incidente” con la policía por sus relaciones con la izquierda abertzale), yo decidido a volverme a Madrid, rompiendo así con los planes previstos de asentarme en Villava, en el lugar de mis ancestros.
Volver para estar cerca de quienes había luchado codo con codo durante años y retomar de nuevo la lucha antifascista.
Fue una de esas noches que nunca se olvidan y que hoy treinta años después recuerdo con intensidad.
A menudo la izquierda olvida que quienes promovieron aquel golpe, quienes lo instigaron, financiaron, siguen aún entre nosotros, porque no llegamos a descubrir a todos.
Por eso debemos reclamar que jamás lo olvidemos, que nuestra memoria no borre aquellos terribles momentos, que nunca bajemos la guardia y estemos alerta para defender unos derechos que tienen diversas maneras de arrebatarnos.
Ese 23 F de 1981 estuvimos al borde del abismo, pero me temo que podría volver a ocurrir de nuevo. No lo olvidemos.