Después de asegurar que no estaba dispuesta a "firmar un acuerdo lleno de condiciones, ni a regalar consejerías ni a entrar en batallas culturales superadas".
El pasado 30 de junio anunciaba junto al responsable de VOX en dicha comunidad el acuerdo para consumar un gobierno de coalición y un programa de 60 puntos impregnado su ideología, además de darles entrada en su gobierno con una consejería.
En esa rueda de prensa afirmaba de manera igual de solemne que hacía apenas unos días, que antes que su palabra estaban los extremeños. Tela.
Pero lo más reseñable fue contemplar su rostro crispado, entre serio y triste a punto de llorar, de pena y vergüenza por lo que le estaban obligando a hacer.
Dicen que el rostro es el espejo del alma, también en sentido peyorativo que tener rostro significa ser “cara dura”.
Ese día, en esa rueda de prensa, Guardiola fue la imagen de su alma y su vergüenza perdida, al mismo tiempo la del PP en su conjunto y probablemente se plasmaron ambas.
Para acabar de rematar la jugada a esa misma hora y de manera igualmente solemne, Núñez Feijóo señalaba que “hay políticos sin palabra, reivindico la política de la palabra. Sin palabra no hay política”.
¿Se refería en ese instante al triple salto mortal dado en Extremadura por Guardiola y su partido? ¿O era un nuevo caso de “donde dije digo, digo Diego”, así sigo y seguiré?
Recordaba también las numerosas ocasiones donde aseguró que jamás pactaría con VOX y ahora se le amontonan esos pactos a lo largo y ancho de este país.
Quizás lo más novedoso en las últimas horas haya sido abrir las puertas a que Abascal pueda ser su vicepresidente de necesitar sus votos como parece lo más probable.
Las cartas están ya sobre la mesa, nadie se puede llamar a engaño, ¿o sí?. Cuando se introduzca el voto del PP el próximo 23-J está votando no solo a Feijóo y su PP, también a Abascal y su VOX, porque ambos ya van en tándem, en pack.
Se está votando a Feijóo como presidente del gobierno y Abascal como vicepresidente, con todo lo que eso significa. Abrir de par en par la Moncloa a la extrema derecha, al fascismo.
Quedan a la hora de escribir esta reflexión apenas unos días para esa fecha histórica que puede ser fatídica.
Puede suponer o bien continuar por la senda ilusionante actual, con un aumento en el empleo como indican los últimos datos (casi 21 millones), con una mejora evidente en la calidad de ese empleo, un incremento en el crecimiento que aleja la amenaza de recesión, control en los precios que apenas llegan al 2 % y una mejora en la vida de los españoles, o bien la vuelta al pasado, no solo al de Rajoy o Aznar, quizás al de antes de 1977.
Para los pensionistas entre los que me encuentro, o bien respetar nuestro poder adquisitivo con subidas este año del 8,5 %, o la vuelta al 0,25 % de Rajoy.
Pensemos en ello a la hora de emitir el voto y también si dudamos en hacerlo. Cada ausencia en las urnas se va a convertir en un voto a PP-VOX.
Cada voto tiene consecuencias, el de esta ocasión puede traer estas y algunas peores para colectivos como las mujeres, especialmente las que sufren maltrato, o los colectivos LGTBI por citar algunos.
Afortunadamente las últimas encuestas, amigas o enemigas, indican que algo está cambiando desde el pasado 28-M.
Aún hay partido, utilizando símiles futbolísticos podemos señalar que es posible la remontada, aunque sea en el último minuto de la prórroga, o en los penaltis.
Con esa idea, con ese ánimo debemos enfrentarnos a la recta final de estas elecciones esenciales.
Nos jugamos mucho, muchísimo y nadie, absolutamente nadie debe dejar de ir a votar.
Votar a PSOE, Sumar, ERC, Bildu, PNV, BNG o Junts, es lo mismo porque todos ellos pueden llevar a la Moncloa de nuevo al gobierno de coalición progresista, mientras que la abstención lleva a PP y VOX.
Insistamos machaconamente, una y otra vez en esta idea fuerza.
El 26-J tenemos una obligación y una responsabilidad, quizás la más importante de los últimos 46 años.
Veremos.