En las estribaciones de la Sierra de Ávila, dentro del municipio de Chamartín, se erige el Castro de la Mesa de Miranda, un enclave arqueológico que trasciende su condición de yacimiento para convertirse en símbolo de identidad. Este antiguo poblado vetón, declarado Bien de Interés Cultural, no es un municipio independiente, sino un tesoro histórico que pertenece a Chamartín, un pueblo de apenas 62 habitantes que guarda celosamente su legado entre murallas milenarias y tradiciones vivas.
Un bastión celtíbero con alma de pueblo
Aunque el Castro no cuenta con habitantes propios —su historia se escribe en pasado—, Chamartín, su custodio actual, mantiene viva la memoria de este asentamiento fortificado del siglo VI a.C. Sus tres recintos amurallados, sus más de 250 piedras grabadas con guerreros y animales, y sus necrópolis con urnas funerarias hablan de un pasado guerrero y espiritual. Hoy, el silencio de sus piedras contrasta con el bullicio del Festival Vettón de Lugnasad, que cada agosto revive rituales celtas con talleres de forja, mercados artesanales y noches de leyendas bajo las estrellas.
La iglesia que vigila el tiempo
A escasos kilómetros del Castro, la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, en Chamartín, une el presente con el medievo. Este templo sobrio, de muros de mampostería y espadaña triangular, alberga en su interior retablos barrocos y una pila bautismal del siglo XVI. Sus campanas no solo llaman a misa: también anuncian las fiestas patronales en honor a la Virgen del Rosario, donde lo religioso y lo lúdico se funden en procesiones, verbenas y la peculiar Corrida del Bollo, un recorrido festivo entre casas con música y degustaciones.
Economía: Raíces agrícolas y turismo que mira al pasado
La vida en Chamartín gira en torno a la agricultura de secano —centeno, patatas y legumbres— y la ganadería extensiva, con rebaños de ovejas que pastan cerca de las murallas vetónas. Sin embargo, el Castro ha impulsado un turismo cultural que busca diversificar la economía local. Las visitas guiadas al yacimiento, la venta de productos artesanales inspirados en motivos celtíberos y las rutas senderistas atraen a curiosos y académicos, generando un flujo que revitaliza negocios como la casa rural del pueblo o las huertas que venden directamente al visitante.
Fiestas: Donde lo ancestral y lo festivo se abrazan
Además del festival vetón, Chamartín vibra con sus fiestas patronales de octubre, donde los disfraces temáticos —desde épocas medievales hasta tributos al cine— invaden las calles. En agosto, las fiestas de verano organizadas por la Asociación Cultural Atalaya convierten la plaza en un escenario de juegos infantiles, cenas al aire libre y conciertos acústicos. Pero es en diciembre, con la celebración de la Inmaculada Concepción, cuando el pueblo se reúne en torno a hogueras y chocolatadas, cerrando el año con un aire de comunidad inquebrantable.
El Castro de la Mesa de Miranda no es solo un yacimiento: es el espejo en el que Chamartín se mira para recordar que su grandeza reside en custodiar, con apenas seis decenas de vecinos, un capítulo esencial de la historia de Castilla. Entre petroglifos y fiestas, este rincón abulense demuestra que algunos pueblos, aunque pequeños, son gigantes en memoria.