En las estribaciones noroccidentales de la Sierra de Ávila, donde el viento murmura entre riscos y robles, se esconde Pasarilla del Rebollar, una pedanía del municipio de Valdecasa que respira la esencia más pura de la Castilla rural. A 30 kilómetros de Ávila por la carretera de Muñico (AV-110) y a 1.300 metros de altitud, este pequeño enclave abraza el silencio de la montaña, con el imponente Cerro Gorría —conocido como El Tío Blanco por los lugareños— vigilando desde sus 1.726 metros. En este rincón de la provincia de Ávila, la vida se mide en pasos lentos y en el eco de una historia que se remonta a la repoblación medieval.
Un puñado de almas en un mar de piedra
Con apenas 30 habitantes en su núcleo permanente, Pasarilla del Rebollar es un suspiro demográfico dentro de los 70 vecinos que componen el municipio de Valdecasa. Sus casas, levantadas con bloques de granito y mampostería serrana, se alzan como centinelas de un pasado más poblado, cuando las cañadas reales resonaban con el paso de los rebaños. Hoy, la población estable apenas llena un puñado de hogares, pero en verano el pueblo despierta: familias retornan, y la cifra puede rozar los 100 habitantes temporales, un soplo de vida que anima las calles empedradas. La densidad, inferior a 2 habitantes por kilómetro cuadrado en sus dominios, dibuja un paisaje de soledad salpicado por la tenacidad de quienes resisten.
La iglesia: un faro de fe en la montaña
En el corazón de Pasarilla del Rebollar se alza la Iglesia de San Lorenzo, un templo humilde pero cargado de significado. Construida con la piedra berroqueña que abunda en la zona, esta parroquia de nave única y espadaña rústica es un símbolo de la devoción de sus gentes. Dedicada a San Lorenzo, Diácono y Mártir, la iglesia no solo custodia la fe del pueblo, sino que también marca el ritmo de su vida social. Su interior, sencillo y austero, refleja la sobriedad castellana, mientras que su ubicación, ligeramente elevada, ofrece una vista que abraza los cerros circundantes: La Laera, Los Collaillos y Los Cercados. Más que un edificio, la Iglesia de San Lorenzo es el alma de un pueblo que encuentra en ella refugio y raíz.
Una economía de sudor y tradición
La economía de Pasarilla del Rebollar tarde al compás de la tierra. La agricultura de secano, con cultivos como el cereal, y la ganadería, con rebaños de ovejas y vacas, son el sustento de una comunidad que vive de lo esencial. Las herramientas de antaño —arados romanos, yuntas y trillos— dejaron paso a métodos modestamente modernizados, pero el espíritu sigue siendo el mismo: trabajar la sierra con las manos y el corazón. Las dehesas de roble y encina, los prados y las fuentes que riegan huertos completan un panorama autosuficiente, aunque frágil. Sin comercio ni industria, el pueblo depende de Valdecasa y de Ávila para lo que la tierra no provee, mientras la despoblación y la falta de empleo joven amenazan su continuidad. El turismo rural, aún incipiente, podría ser una chispa de cambio.
Fiestas que rompen el silencio
Las fiestas patronales son el latido que despierta a Pasarilla del Rebollar de su letargo. El 10 de agosto, día de San Lorenzo, el pueblo se viste de Gala. La jornada comienza en la Iglesia de San Lorenzo con una misa solemne, seguida de una procesión que lleva la imagen del santo por las calles, entre rezos y el tañido de las campanas. Luego, la celebración se transforma: verbenas al aire libre, música de dulzaina y comidas comunales —con cordero asado y dulces de la tierra— reúnen a vecinos y retornados. En verano, la pedanía también se suma a las fiestas de Valdecasa, como la de San Bartolomé El 24 de agosto, compartiendo la alegría en un hermanamiento serrano. Estas citas son más que festejos: son el hilo que teje la memoria y la esperanza de un pueblo pequeño pero de corazón grande.
Un rincón que mira al futuro con raíces firmes
Contra Tomás Martín Pascual como alcalde de Valdecasa bajo el Partido Popular, Pasarilla del Rebollar comparte los retos de la España vaciada: despoblación, envejecimiento y la búsqueda de un relevo generacional. Sin embargo, su ubicación al pie del Cerro Gorría, su arquitectura tradicional y su paz indómita lo convierten en un diamante en bruto para quienes buscan lo auténtico. Entre las piedras de su iglesia y el rumor de sus fuentes, Pasarilla guarda un legado de siglos, desde su fundación en la repoblación de Raimundo de Borgoña Hasta hoy. Es un lugar donde el silencio habla, y donde la vida, aunque escasa, se aferra con fuerza a la sierra que lo cobija.