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Rinconada del Río Almar: Un suspiro de vida en la Ávila rural

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En las entrañas de la provincia de Ávila, donde la meseta castellana se funde con los ecos del pasado, se encuentra Rinconada del Río Almar, un pequeño núcleo que forma parte del municipio de Muñico. Este rincón olvidado por el tiempo, situado a unos 32 kilómetros de la capital provincial, es un testimonio vivo de la resistencia rural frente al avance implacable de la modernidad. A orillas del río Almar, que serpentea tímidamente por estas tierras antes de unirse al Tormes en Salamanca, Rinconada ofrece un paisaje de campiña austera y un silencio que solo rompen el viento y las campanas de su iglesia. Aquí, la vida transcurre con la calma de quien no tiene prisa por llegar a ningún sitio.

Un puñado de almas en un pueblo diminuto

Con apenas 38 habitantes, según las estimaciones más recientes, Rinconada del Río Almar es un lugar donde el término "comunidad" cobra un significado tangible. Sus vecinos, conocidos como rinconadenses, son guardianes de un legado que se desvanece con cada generación que emigra hacia horizontes más urbanos. Situado a 1.104 metros de altitud, el pueblo se alza en un terreno que combina lomas suaves y extensiones de encinas, con el río Almar como arteria vital que lo atraviesa. Sus casas, muchas de ellas de piedra y adobe, se aferran a las calles estrechas como si quisieran resistir el paso del tiempo, mientras el puente del siglo pasado y las norias de los pozos añaden un toque de nostalgia al paisaje.

A pesar de su integración administrativa en Muñico, Rinconada conserva una identidad propia, marcada por su aislamiento y su conexión íntima con la naturaleza. La cercanía con otros pequeños núcleos como Solana del Río Almar o Ortigosa del Río Almar dibuja una red de aldeas que comparten el mismo destino: sobrevivir en un mundo que parece haberlas dejado atrás.

La iglesia: un faro de piedra y fe

En el núcleo de Rinconada del Río Almar se erige su iglesia, un templo humilde pero cargado de simbolismo. Aunque su nombre exacto no resuena con la precisión de otros monumentos más célebres, se presume que está dedicada a un santo tradicional de la región, posiblemente San Isidro, patrón de los labradores, o San Miguel, cuya presencia es común en estas tierras. Construida con la piedra rugosa típica de la zona, la iglesia es un reflejo de la arquitectura rural castellana: sencilla, funcional y sin pretensiones. Su espadaña, que sobresale entre los tejados, sostiene una campaña que marca las horas y llama a los fieles en las ocasiones señaladas.

El interior, aunque modesto, guarda el calor de siglos de oraciones y reuniones comunitarias. No hay grandes frescos ni retablos dorados, pero sí una atmósfera de recogimiento que invita a detenerse. Junto a la iglesia, el entorno se completa con elementos cotidianos como una fuente o un lavadero, vestigios de una vida que giraba en torno al agua y la tierra.

Una economía de subsistencia y recuerdos

La economía de Rinconada del Río Almar es un eco del pasado agrario que definió a Castilla. Aquí, la tierra sigue siendo la protagonista, aunque su cultivo se haya reducido a las manos de unos pocos. Los campos que rodean el pueblo, salpicados de cereal y pastos, son trabajados por agricultores que mantienen viva una tradición heredada. La ganadería, con rebaños de ovejas y alguna vaca pastando en las laderas, completa el sustento de las familias que aún resisten en el pueblo. La granja, un elemento mencionado entre los vecinos, podría ser uno de los pocos signos de actividad económica más estructurada, aunque a pequeña escala.

La proximidad con Muñico y la carretera AV-110, que conecta estas tierras con Ávila, ofrece alguna posibilidad de intercambio, pero en Rinconada no hay comercios ni industria. La economía es de subsistencia, marcada por la autosuficiencia y la dependencia de lo que la naturaleza proporciona. En un mundo dominado por la tecnología y la globalización, este rincón vive ajeno a las grandes ambiciones, aferrado a la simplicidad de lo esencial.

Fiestas patronales: un estallido de alegría en mayo

Cuando el calendario señala el 15 de mayo, Rinconada del Río Almar despierta de su letargo para honrar a San Isidro Labrador, el patrón de los agricultores y, con toda probabilidad, del pueblo. Las fiestas patronales son el latido anual que reúne a los rinconadenses y atrae a algunos hijos pródigos que regresan de la ciudad. Aunque la celebración se ajusta al sábado más próximo si el día no coincide con fin de semana, la esencia permanece intacta: un homenaje a la tierra y a sus gentes.

La jornada comienza con una misa en la iglesia, donde las plegarias por buenas cosechas resuenan entre las paredes de piedra. Después, la fiesta se traslada al aire libre, con verbenas que llenan de música las noches primaverales y comidas compartidas donde no faltan los guisos tradicionales. Los niños corretean, los mayores recuerdan tiempos pasados y, por unas horas, Rinconada se transforma en un hervidero de vida. Algunos hablan de estas fiestas como "las mejores", un título que, más allá de su modestia, refleja el cariño y el esfuerzo de un pueblo pequeño con un corazón grande.

Un refugio de silencio y memoria

Rinconada del Río Almar no presume de monumentos grandiosos ni de cifras que impresionen. Sus 38 habitantes, su iglesia sencilla y su economía de raíces profundas son la esencia de un lugar que se niega a desaparecer. Las fiestas de San Isidro son su grito de vitalidad, pero es en la quietud del día a día donde este rincón de Ávila revela su verdadera alma: un pueblo que, como el río Almar, fluye discretamente, llevando consigo los ecos de un pasado que aún se siente vivo. Para quien busque la Castilla más pura, Rinconada espera, discreta pero imborrable, en el mapa y en el corazón de sus gentes.

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