En un rincón olvidado de la Sierra de Ávila, a medio camino entre los municipios de Cillán y Muñico, se esconde el yacimiento arqueológico de Las Henrenes, una joya del pasado que susurra historias de un tiempo convulso y misterioso. Este enclave, situado a unos 25 kilómetros de la capital abulense, no es solo un montón de piedras desperdigadas entre encinas centenarias; es una ventana abierta a los siglos VII y VIII, cuando los visigodos dejaron su huella en estas tierras antes de que la sombra del dominio musulmán y la posterior Reconquista transformaran el paisaje humano de la meseta. Las Henrenes, también conocido como el despoblado de San Cristóbal, es un testimonio silencioso de aldeas que prosperaron y se extinguieron, dejando tras de sí un legado que hoy los arqueólogos desentrañan con paciencia y asombro.
Un poblado entre dos mundos
Una simple vista, el terreno de Las Henrenes podría pasar desapercibido: un paraje ondulado, salpicado de afloramientos graníticos y atravesado por la antigua Calzada Real, una vía pecuaria que conectaba antaño las sierras con los valles. Sin embargo, bajo esa superficie reposan los restos de un asentamiento que floreció en plena transición entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media. Los primeros indicios apuntan a una aldea visigoda, habitada entre los siglos VII y VIII, que sobrevivió a las primeras incursiones musulmanas y se mantuvo viva hasta los albores del siglo XI, cuando los repobladores cristianos dieron un nuevo impulso a la región.
El yacimiento se divide en dos sectores, separados por la mencionada calzada. Al norte, las ruinas de casas de planta rectangular emergen como fantasmas de piedra, con muros que en algunos casos alcanzan el metro de altura. Entre las estructuras destaca la Casa nº 8, una de las más completas excavadas hasta ahora, que revela una gran habitación central desde la que se distribuyen otras estancias. Allí, los arqueólogos han hallado aperos de labranza como azadas y azadillas, pruebas de que los habitantes de Las Henrenes eran campesinos dedicados a la agricultura en un entorno que no siempre era generoso. Al sur, en la zona más elevada, se extiende lo que fue la aldea de San Cristóbal, con vestigios de una iglesia desaparecida y una necrópolis que guarda secretos en sus tumbas talladas en la roca.
Testigos de piedra y fuego
Uno de los hallazgos más evocadores de Las Henrenes son las tumbas infantiles, excavadas directamente en los afloramientos graníticos. Dos de ellas, de forma rectangular, y un pequeño sarcófago de granito trasladado desde otra zona del yacimiento, sugieren un cuidado especial hacia los más pequeños en una época donde la supervivencia era una lucha diaria. Junto a estas sepulturas, los restos de hogares con fragmentos de teja y barro pintan un cuadro de vida cotidiana: familias reunidas alrededor del fuego, tejiendo su existencia entre cosechas y trashumancia.
La relación del asentamiento con las vías pecuarias no es casual. La Calzada Real, que cruza el yacimiento, era una arteria vital para los pastores que movían sus rebaños entre las tierras altas y bajas. Algunos especulan que las tumbas halladas en pleno trazado de la cañada podrían ser de pastores trashumantes, aunque su interior, vacío de ajuar o restos óseos, plantea más preguntas que respuestas. ¿Fueron expoliadas? ¿O el granito, con su acidez implacable, desintegró cualquier rastro humano? El misterio permanece, como un eco que resuena entre las piedras.
Una economía de esfuerzo y resistencia
La vida en Las Henrenes no era fácil. Los habitantes dependían de una economía agraria que exprimía al máximo los recursos de la Sierra de Ávila. Los útiles agrícolas encontrados hablan de un pueblo que labraba la tierra con herramientas rudimentarias, cultivando cereales y, quizá, algo de vid en las laderas más soleadas. La ganadería también jugaba su papel, con el pastoreo aprovechando los pastos que la altitud de más de 1.000 metros ofrecía en primavera y verano. Sin embargo, la ausencia de grandes cantidades de teja en las casas sugiere que muchas techumbres pudieron ser de materiales perecederos como el piorno, o que los pobladores, al abandonar el lugar de forma pausada, se llevaron consigo lo que pudieron.
La proximidad con Cillán, apenas a unos kilómetros, y la conexión con Ávila a través de la carretera AV-110 –hoy un acceso cómodo al yacimiento– indican que Las Henrenes no estaba del todo aislado. Era un eslabón en una red de pequeños asentamientos que punteaban la sierra, viviendo a medio camino entre la autonomía y la dependencia de poderes mayores, ya fueran visigodos, musulmanes o cristianos.
Fiestas que nunca llegaron
A diferencia de los pueblos modernos, no hay registros de fiestas patronales en Las Henrenes. La aldea de San Cristóbal, con su iglesia perdida, pudo haber celebrado alguna festividad en honor al santo que le dio su nombre, pero el tiempo ha borrado cualquier rastro de esas alegrías. Hoy, el yacimiento no resuena con cánticos ni danzas, sino con el rumor del viento entre las encinas y el eco de las pisadas de quienes lo visitan. Sin embargo, su valor trasciende la ausencia de folklore: cada verano, los campos de trabajo arqueológico organizados por la Diputación de Ávila llenan el lugar de vida, con estudiantes y voluntarios desenterrando pedazos de historia bajo el sol abrasador.
Un legado que pide ser escuchado
Las Henrenes no es un lugar de grandes monumentos ni de titulares rimbombantes. Sus casas modestas, sus tumbas silenciosas y sus caminos erosionados no compiten con la majestuosidad de las murallas de Ávila o los castros vettones de la región. Y, sin embargo, en su humildad reside su fuerza. Este yacimiento, musealizado con esmero para mostrar al mundo sus restos consolidados, ofrece una mirada íntima a las vidas de quienes habitaron estas tierras en una época de sombras y cambios.
Desde el aparcamiento habilitado junto a la AV-110, un sendero señalizado lleva a los visitantes hasta el corazón del yacimiento. Los carteles interpretativos, colocados estratégicamente, narran la historia de Las Henrenes con la precisión de un guía invisible. Es un lugar para caminar despacio, para tocar las piedras con respeto y para imaginar las voces que una vez llenaron este espacio. En la provincia de Ávila, donde la historia se escribe en cada rincón, Las Henrenes es un capítulo discreto pero esencial, un recordatorio de que incluso los lugares más pequeños tienen historias inmensas que contar.