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Vita: El latido callado de un pueblo en el Valle Amblés

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A 45 kilómetros de la monumental Ávila, en el apacible abrazo del Valle Amblés, se encuentra Vita, un municipio que respira la esencia de la Castilla más profunda y silenciosa. En la provincia de Ávila, este pequeño enclave de apenas 16 kilómetros cuadrados se alza como un custodio de tradiciones antiguas, donde las casas de piedra y los campos ondulados narran una historia de resistencia y arraigo. En pleno 2025, Vita sigue siendo un refugio de calma, un lugar donde el tiempo parece detenerse entre el tañido de las campanas y el murmullo de sus gentes, aferradas a un modo de vida que se niega a desaparecer.

La Iglesia de Santa María Magdalena: un faro de fe y memoria

En el corazón de Vitala Iglesia de Santa María Magdalena se yergue como un símbolo de devoción y permanencia. Construida con el sillarejo típico de la región y reforzada con sillares en sus esquinas, esta iglesia de líneas sobrias pero sólidas es un testimonio de la arquitectura rural castellana. Su espadaña, que sostiene una campaña desgastada por los años, se alza sobre el tejado, marcando el ritmo de la vida cotidiana. En su interior, un retablo sencillo pero cargado de historia rinde homenaje a Santa María Magdalena, la patrona del pueblo, cuya imagen preside el altar con una serenidad que invita a la reflexión. Aunque no hay crónicas de grandes tesoros perdidos, se susurra que las tropas de Napoleón pudieron haber dejado su huella en estas tierras durante la Guerra de la Independencia, llevándose consigo ecos de un pasado más próspero. Hoy, la Iglesia de Santa María Magdalena sigue siendo el alma espiritual de Vita, un lugar donde la fe y la comunidad se entrelazan.

Una población que mengua, pero resiste

Contra 79 habitantes según los datos más recientes de 2023, Vita encarna el drama silencioso de la despoblación rural. De ellos, 46 hombres y 33 mujeres componen una comunidad que ha visto cómo su censo se reduce con el paso de las décadas. En su apogeo, hace más de un siglo, el pueblo superaba los 200 vecinos, pero el éxodo hacia las ciudades tras la posguerra dejó tras de sí un caserío de calles tranquilas y casas cerradas. Sin embargo, el verano trae un soplo de vida: los descendientes de quienes emigraron regresan, llenando el aire de risas y recuerdos que duplican temporalmente la población. En Vita, cada habitante es un pilar de su historia, y aunque el futuro demográfico pende de un hilo, su resistencia es un canto a la supervivencia.

Una economía anclada en la tierra

La economía de Vita es un reflejo de su entorno: humilde, agrícola y profundamente enraizada en el paisaje del Valle Amblés. Los campos que rodean el pueblo producen trigo y cebada, cultivos que han alimentado a sus gentes durante generaciones. La ganadería ovina, aunque hoy reducida a pequeños rebaños que pastan en las laderas, completa una actividad económica que no aspira a grandes ambiciones, sino a la subsistencia. Sin industria ni comercios destacables, muchos vecinos dependen de pensiones o de trabajos eventuales en Ávila capital, a menos de una hora en coche. La proximidad a la urbe ofrece un respiro, pero no ha evitado que Vita permanezca como un pueblo de economía esencial, donde la tierra sigue siendo el principal sustento y el turismo rural una promesa aún por explotar.

Fiestas patronales: el esplendor de Santa María Magdalena

El calendario de Vita se ilumina cada 22 de julio, cuando el pueblo se viste de gala para honrar a Santa María Magdalena en sus fiestas patronales. La jornada arranca con una misa solemne en la Iglesia de Santa María Magdalena, donde los vecinos se congregan para rendir tributo a su patrona con cánticos y oraciones. Una procesión recorre las calles, llevando la imagen de la santa entre flores y el repique de las campanas, mientras el aroma de los guisos caseros comienza a flotar en el aire. Por la tarde, la fiesta se torna festiva: verbenas al son de dulzainas, banquetes con cordero asado y dulces tradicionales como las perrunillas reúnen a locales y visitantes. Aunque la despoblación ha mermado la asistencia, el evento sigue siendo un faro de unión, atrayendo a los hijos del pueblo que vuelven para mantener viva la tradición. Además, algunos vecinos participan en la romería de la Virgen de Sonsoles en octubre, sumándose a la devoción compartida del Valle Amblés.

Un pueblo que guarda su alma

Vita no busca destacar en los titulares, pero su existencia es un relato de constancia y orgullo. Su iglesia, sus escasos habitantes, su economía sencilla y sus fiestas patronales dibujan el retrato de un municipio que vive al margen del bullicio, pero con una fuerza callada que lo sostiene. En el Valle Amblés, este pequeño pueblo de Ávila es un recordatorio de que la grandeza no siempre está en el tamaño, sino en la capacidad de perdurar, de celebrar y de ser, incluso cuando el mundo parece mirar hacia otro lado.

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