En las entrañas del valle de Amblés, donde la sierra de la Paramera abraza la llanura y el eco de los vetones aún resuena entre las piedras, se alza Solosancho, un municipio de la provincia de Ávila que destila historia y resistencia. Capital de un término municipal que incluye los añejos de Baterna, Robledillo y Villaviciosa, este pueblo es un cruce de caminos entre el pasado y el presente, un lugar donde las raíces profundas sostienen una vida que se niega a desvanecerse. Con una iglesia que custodia su fe, una economía anclada en la tierra y unas fiestas que encienden su alma, Solosancho es un faro de identidad en la Castilla rural.
Un pueblo que late con más de mil corazones
A este 26 de febrero de 2025, Solosancho reúne a unos 1.200 habitantes en todo su término municipal, de los cuales cerca de 900 residen en el núcleo principal. El resto se reparte entre sus anejos, en un vaivén que marca el pulso de las estaciones: el invierno vacía las calles, mientras el verano las llena con el retorno de quienes mantienen un vínculo con este rincón. A 24 kilómetros de Ávila capital y a 1.100 metros de altitud, Solosancho es un mosaico de casas de piedra y calles estrechas que respiran historia. Bajo el liderazgo del alcalde Benito Zazo Martín, este municipio lucha contra la despoblación con la tenacidad de quien sabe que su tierra vale más que las cifras.
La iglesia de San Juan Bautista: un testigo de siglos
En el centro de Solosancho se yergue la Iglesia de San Juan Bautista, un templo que es mucho más que un edificio: es un archivo vivo del pasado. Construida entre los siglos XIII y XV, esta joya de estilo gótico tardío presume de una robusta torre y un pórtico que dan la bienvenida a quien cruza su umbral. En su interior, un retablo barroco y arcos ojivales hablan de una época en que la fe era el eje de la vida comunitaria. La Iglesia de San Juan Bautista no solo es un lugar de culto —hoy con misas esporádicas—, sino también el escenario de las grandes celebraciones y un símbolo de orgullo para los solosancheros. Para María Isabel García, una vecina de toda la vida, "es como el alma del pueblo, siempre está ahí para recordarnos quiénes somos".
Una economía entre la tierra y el turismo
La economía de Solosancho es un reflejo de su entorno: rural, esforzada y con un pie en la tradición. La agricultura sigue siendo el pilar, con cultivos de trigo, cebada y patatas que brotan de los campos del valle, mientras la ganadería —ovejas y algo de vacuno— completa el sustento. Pequeños productores como Antonio Ruiz elaboran quesos y miel que encuentran su hueco en mercados locales, aunque las pensiones son un apoyo clave para muchos. Sin embargo, el turismo ha emergido como una nueva esperanza. La cercanía del castro vettón de Ulaca, uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la península, y la oferta de casas rurales como las de Florentino Sánchez Atraen a visitantes en busca de historia y naturaleza. En Solosancho, la tierra sigue siendo la raíz, pero el horizonte se abre al mundo.
Las fiestas patronales: un doble festejo con raíz y alegría
Solosancho celebra su espíritu en dos grandes momentos del año. El 29 de agosto, el pueblo honra a San Juan Bautista Degollado, su patrón, con una fiesta que arranca con una misa solemne en la Iglesia de San Juan Bautista. Le sigue una procesión que recorre las calles, con la imagen del santo al frente, entre cánticos y el tañer de campanas. Después, la plaza se convierte en el corazón de la celebración: una comida comunitaria con cordero asado, patatas revolconas y vino de la tierra reúne a vecinos y forasteros. Por la noche, una verbena con música en vivo pone a bailar a jóvenes y mayores. Sin embargo, el verano trae una segunda cita: las fiestas populares del 15 de agosto, que aprovechan la afluencia de visitantes para llenar el pueblo de actividades, desde juegos infantiles hasta bailes bajo las estrellas.
Para Lucía Hernández, una joven que regresa cada verano, "el 15 de agosto es la fiesta grande, pero San Juan es la de verdad, la que nos une como pueblo". Estas celebraciones, marcadas por la tradición y la alegría, son el latido anual de Solosancho, un recordatorio de que aquí la vida sigue siendo comunidad.
Un futuro entre el legado y la reinvención
Solosancho no está exento de los retos de la España vaciada: la emigración de los jóvenes y la falta de servicios amenazan su vitalidad. Sin embargo, su riqueza histórica y natural es una carta poderosa. El castro de Ulaca, las rutas de senderismo por la Paramera y la tranquilidad de sus paisajes son imanes para un turismo que crece lentamente. Mientras tanto, líderes como Benito Zazo Martín y emprendedores como Florentino Sánchez apuestan por un equilibrio entre preservar la esencia y abrirse al futuro.
Cuando el sol se desliza tras las cumbres y la
Iglesia de San Juan Bautista se recorta contra el cielo,
Solosancho muestra su verdad: es un pueblo arraigado en el pasado, pero con los ojos puestos en mañana. Entre vetones y cristianos, entre la tierra y el cielo, este rincón de Ávila sigue tejiendo su historia, un hilo fuerte que no se rompe fácilmente.