A tan solo ocho kilómetros de Ávila, en un rincón donde la meseta castellana se funde con el rumor del río Adaja, se encuentra Alamedilla del Berrocal, una pedanía que respira calma y tradición. Perteneciente al municipio de la capital abulense, este pequeño enclave de apenas 50 habitantes —según los últimos registros— es un testimonio vivo de la vida rural en la provincia de Ávila. Entre paisajes rocosos y un pasado que se remonta siglos atrás, Alamedilla del Berrocal ofrece una mezcla de historia, fe y arraigo que se percibe en sus calles estrechas y en el carácter acogedor de sus gentes.
La iglesia de Nuestra Señora de los Dolores: Un refugio de piedra y devoción
En el corazón del pueblo, la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores se alza como un faro de espiritualidad y arquitectura sencilla. Construida en mampostería, típica de la zona, esta parroquia no presume de grandes ornamentos, pero sí de una sobriedad que habla del esfuerzo colectivo de sus habitantes. Su interior, austero pero cálido, guarda la esencia de un curato perpetuo que ha sido testigo de generaciones. Las dos grandes campanas que coronan su espadaña resuenan en las festividades, llamando a los fieles y recordando un tiempo en que la vida giraba en torno a la plaza y el culto. Para los vecinos, este templo es más que un edificio: es el alma de Alamedilla, un lugar donde la historia y la fe se entrelazan.
Un puñado de almas en un mar de granito
Con una población que ronda los 50 habitantes en invierno, Alamedilla del Berrocal se transforma en verano, cuando las casas vacías se llenan de hijos del pueblo que regresan buscando la paz de sus orígenes. Este vaivén estacional dibuja un contraste entre la quietud del día a día y el bullicio de las épocas festivas. La altitud, a 1.200 metros sobre el nivel del mar, regala un clima fresco y cielos despejados, aunque los rigores del invierno mantienen a raya a los menos acostumbrados. A pesar de su reducido tamaño —su término se extiende apenas unos kilómetros—, el pueblo vecino de Cardeñosa y la propia Ávila ejercen de imanes que conectan a sus habitantes con un mundo más amplio sin romper su esencia rural.
Una economía de subsistencia y orgullo
La economía de Alamedilla del Berrocal es un reflejo de su entorno: modesta, pero resiliente. La agricultura y la ganadería, especialmente el cultivo de centeno y el pastoreo de ganado menor, han sido durante siglos el sustento de sus vecinos. Los suelos pedregosos y de secano limitan las posibilidades, pero los pequeños prados de regadío salpican el paisaje, ofreciendo un verde contraste al gris del granito. En el pasado, la cercanía del río Adaja y la explotación de los recursos naturales dieron vida a una comunidad autosuficiente. Hoy, el éxodo rural y la modernidad han mermado estas actividades, pero el turismo rural comienza a asomar como una esperanza. Los visitantes, atraídos por la tranquilidad y los paisajes rocosos, encuentran en Alamedilla un lugar para desconectar, mientras los vecinos mantienen viva la tradición de la hospitalidad castellana.
Fiestas patronales: El alma del pueblo en celebración
Las fiestas patronales de Alamedilla del Berrocal son el momento cumbre del año, cuando el pueblo se viste de gala y late al unísono. En honor a Nuestra Señora de los Dolores, celebradas tradicionalmente en agosto, el calendario se llena de actividades que unen a mayores y pequeños. El 15 de agosto, día grande, arranca con una misa solemne en la iglesia, seguida de una procesión que recorre las calles engalanadas. El coro rociero pone música a la devoción, mientras los disfraces y las rifas aportan un toque de alegría popular. Los juegos infantiles, como el pintacaras, y los campeonatos de cartas —con el chinchón como rey— llenan las tardes, y la noche se entrega a la música y las verbenas bajo las estrellas. Estas fiestas, organizadas con esmero por la asociación de vecinos y el apoyo del Ayuntamiento de Ávila, son un canto a la comunidad, un recordatorio de que, aunque pequeño, Alamedilla tiene un corazón inmenso.
Un rincón que resiste al olvido
Alamedilla del Berrocal no presume de grandes monumentos ni de bullicio urbano. Su encanto radica en lo esencial: la fuente de San Miguel, las eras donde aún se respira el eco de las cosechas pasadas, y un polideportivo que en las noches de verano se ilumina para los más jóvenes. Anexionada a Ávila en 1976, esta pedanía conserva su identidad propia, marcada por la huella vetona y un pasado que aún se intuye en sus alrededores. Aquí, entre el silencio de las rocas y el murmullo del Adaja, el tiempo parece detenerse, ofreciendo a quien lo visite un pedazo de Castilla auténtica, cruda y, sobre todo, viva.