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Venta de San Vicente: el eco de un pueblo que se resiste al silencio

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En la inmensidad de la provincia de Ávila, donde los campos se extienden como un manto infinito salpicado de encinas y rocas graníticas, se encuentra Venta de San Vicente, un núcleo hoy deshabitado que guarda en sus ruinas el susurro de una vida pasada. Perteneciente al municipio de Mingorría, esta antigua aldea, situada a unos 15 kilómetros de la capital abulense, fue en su día un pequeño pero vital centro de actividad rural. Aunque actualmente no cuenta con Habitantes permanentes, su memoria sigue viva en quienes la conocieron y en los descendientes de aquellos que un día la abandonaron en busca de horizontes más prósperos.

Una iglesia que fue el alma del pueblo

En el centro de lo que fue Venta de San Vicente se alzaba su Iglesia, hoy un vestigio silencioso de su pasado. Dedicada a San Vicente, esta construcción de piedra, típica de la arquitectura rural castellana, fue mucho más que un templo: era el corazón espiritual y social de la comunidad. Aunque los detalles históricos son escasos y el paso del tiempo ha dejado su huella, se sabe que este edificio acogió misas, procesiones y reuniones que marcaron el ritmo de la vida cotidiana. Su campanario, hoy mudo, resonaba antaño convocando a los vecinos para celebrar o despedir, mientras que su interior sencillo, probablemente adornado con imágenes religiosas modestas, ofrecía refugio y consuelo en tiempos difíciles. La iglesia, junto con la escuela que también existió en el pueblo, convirtió a Venta de San Vicente en la cabecera de un pequeño grupo de aldeas cercanas, un título que hoy suena a eco lejano.

Una economía de subsistencia y comercio ambulante

La economía de Venta de San Vicente estuvo siempre ligada a la tierra y al carácter austero de la región. La agricultura y la ganadería, con cultivos básicos y rebaños que pastaban en los alrededores, eran el sustento de sus habitantes. Sin embargo, el aislamiento geográfico y la falta de recursos limitaban su desarrollo, haciendo de la subsistencia el eje de la vida diaria. Lo que distinguía a este pueblo era su papel como punto de paso y encuentro para vendedores ambulantes que recorrían la zona. Desde Mingorría llegaba el panadero con su carro, mientras que los Peruches, conocidos comerciantes, traían frutas y otros productos. Desde Tiñosillos aparecían los cacharreros con botijos y vasijas, y desde Berrocalejo de Aragona llegaba un vendedor con un poco de todo. Esta red de comercio itinerante dotaba a Venta de San Vicente de una vitalidad que, aunque humilde, mantenía al pueblo conectado con el mundo exterior.

El declive comenzó en los años 60, cuando la emigración hacia Ávila y Madrid vació sus calles. Para los 80, el pueblo quedó completamente deshabitado, convertido en un símbolo de la despoblación rural que azotó a Castilla. Sin embargo, en los últimos años, se habla de un tímido renacer: algunos descendientes de aquellos emigrantes han regresado para recuperar casas y recuerdos, aunque no como residentes permanentes, sino como guardianes de una herencia que se niegan a dejar morir.

Fiestas patronales: un canto a la tradición

¡ Fiestas patronales de Venta de San Vicente eran el latido anual que unía a la comunidad. Celebradas en junio, en honor al Corpus Christi, y en Agosto, dedicadas a la Virgen de la Caridad, estas festividades llenaban de color y sonido un pueblo por lo demás silencioso. Las jornadas comenzaban con una misa en la iglesia de San Vicente, seguida de una procesión en la que la imagen de la Virgen era portada por los vecinos. Un momento destacado era la subasta de los banzos —las varas que sostenían el paso—, un ritual en el que se pujaban cantidades generosas para pedir favores o agradecer milagros. La música corría a cargo del célebre tamboritero Ojetete (Francisco Navas), de Maello, cuya gaita y tambor animaban bailes y procesiones junto a otros músicos de la zona.

Además, el primer domingo de octubre, los habitantes de Venta de San Vicente se sumaban a la romería de la Virgen de Sonsoles, la patrona de Ávila, en la llamada Ofrenda Chica. Acompañados por vecinos de Tolbaños, San Esteban de los Patos y Mediana de Voltoya, recorrían el camino para dar gracias por las cosechas, una tradición que aún persiste en la región y que mantiene viva la conexión con este pueblo fantasma.

Un legado que lucha por no desvanecerse

Hoy, Venta de San Vicente es un lugar de nostalgia y promesas incumplidas. Sus cero habitantes permanentes no impiden que su nombre resuene entre quienes lo conocieron en su esplendor o quienes, desde la distancia, sueñan con devolverle la vida. La Iglesia, en pie aunque deteriorada, y las fiestas que aún evocan los mayores son testigos de un pasado que se aferra a la memoria colectiva. En un mundo que corre hacia el futuro, este rincón de Ávila nos recuerda que incluso en el silencio hay historias que merecen ser contadas.

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