La provincia de Ávila se ha convertido en el epicentro de un drama natural que ha capturado la atención de todos: el desbordamiento del río Adaja. Este lunes 10 de marzo de 2025, los abulenses despertaron con el eco de las aguas rugientes que, alimentadas por la implacable borrasca Clara, han transformado calles, plazas y campos en un paisaje de caos y desolación. Lo que parecía una crecida pasajera se ha convertido en una de las peores inundaciones en décadas, evocando recuerdos de los históricos desbordamientos de los años 90 y dejando a la región en un estado de alerta máxima.
Todo comenzó a gestarse el viernes, cuando el Adaja, que abraza la ciudad desde su flanco sur, empezó a mostrar signos de rebeldía. En la capital, el nivel del río escaló rápidamente hasta los 2,30 metros en el parque de San Antonio, con un caudal que alcanzó los 50 metros cúbicos por segundo. Pero fue el sábado por la noche cuando la situación dio un giro crítico: el agua superó los 3 metros y el flujo se disparó a 145 metros cúbicos por segundo, desbordando los márgenes y colándose en zonas como el paseo de Don Carmelo y la calle Hornos Caleros. El parque de El Soto, un refugio verde para los abulenses, quedó sumergido, con sus caminos y bancos engullidos por un manto marrón que no distingue entre naturaleza y asfalto.
En el corazón de la ciudad, el barrio de San Nicolás fue uno de los más castigados. María, una vecina de la calle Reyes Católicos, observaba impotente cómo el agua irrumpía en su bajo: "En cuestión de minutos, el salón estaba inundado; no hubo tiempo de reaccionar". A pocos pasos, en la plaza de Santa Ana, los comercios locales cerraron sus puertas mientras el líquido avanzaba, dejando tras de sí un rastro de lodo y destrozo. Luis, propietario de una cafetería cercana, describía la escena con resignación: "El agua entró por la puerta como si fuera un río más. Perdimos mesas, sillas, todo lo que no pudimos subir a tiempo".
El impacto del Adaja no se limitó a la capital. En el municipio de Mingorría, al norte de la provincia, las fincas agrícolas quedaron anegadas, con cultivos de trigo y cebada bajo amenaza. Javier, un agricultor local, lamentaba la pérdida: "Esto es un desastre; el agua se llevó lo que llevaba meses cuidando". Más al sur, en Villanueva de Gómez, el río alcanzó niveles históricos, con un caudal que superó los 200 metros cúbicos por segundo, afectando puentes y caminos rurales. La carretera AV-804, vital para la conexión con Salamanca, quedó cortada, obligando a los conductores a buscar rutas alternativas entre el barro y la incertidumbre.
Las autoridades han respondido con celeridad, pero la magnitud del evento ha puesto a prueba los recursos disponibles. Carlos García, presidente de la Diputación de Ávila, anunció la activación del plan de emergencias provincial, mientras equipos de bomberos y Protección Civil trabajaban sin descanso para despejar accesos y asistir a los afectados. En la capital, el concejal de Seguridad, José Ramón Budiño, confirmó el cierre del puente de La Sanguijuela y la carretera de Sonsoles, instando a la población a evitar desplazamientos innecesarios. "El Adaja no da tregua, y el río Chico, su afluente, tampoco ayuda", admitió, mientras las previsiones meteorológicas auguran más lluvias en las próximas horas.
El viento, compañero inseparable de la borrasca Clara, ha añadido una capa de complejidad al caos. En el puerto de Mijares, las rachas alcanzaron los 108 kilómetros por hora, derribando árboles que ahora bloquean caminos secundarios. En Arévalo, conocida como la "cuna de la moraña", el Adaja mantuvo en vilo a los vecinos hasta que, entrada la madrugada del domingo, el caudal comenzó a estabilizarse. Sin embargo, las imágenes de campos inundados y ganaderías aisladas persisten como testimonio de una noche que nadie olvidará.
A medida que amanece este lunes, el Adaja muestra signos de retroceder, con un caudal que en la capital ha bajado a 90 metros cúbicos por segundo. Pero la calma es frágil. Elena, una madre de familia del barrio de La Toledana, resume el sentir general: "Estamos cansados, pero agradecidos de que no haya víctimas. Ahora toca limpiar y esperar que no vuelva a subir". Las pérdidas materiales, aún por cuantificar, se extienden desde electrodomésticos arruinados hasta cosechas destruidas, un golpe duro para una provincia que ya lidia con los rigores de la despoblación.
El desbordamiento del Adaja ha puesto a Ávila frente a un espejo de su propia fragilidad, pero también de su resiliencia. Mientras el río recupera poco a poco su cauce, los abulenses se enfrentan a la tarea de reconstruir, con la mirada puesta en un cielo que, por ahora, no promete descanso. La furia del agua ha pasado, pero su eco resonará en la memoria de esta tierra amurallada por mucho tiempo.