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Bernuy Salinero: El Eco Silencioso de la Historia Abulense

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En el corazón de la provincia de Ávila, donde el tiempo parece detenerse entre llanuras y vestigios prehistóricos, se alza Bernuy Salinero, una pequeña pedanía que respira la esencia de lo rural. Anexionada a la capital abulense, esta localidad de apenas 15 habitantes —según los últimos registros— se erige como un testimonio vivo de la resistencia de las comunidades pequeñas frente al avance de la modernidad. Entre su dolmen milenario, su iglesia humilde y sus fiestas que laten al ritmo de la tradición, Bernuy Salinero ofrece una postal de la Castilla y León más auténtica, donde la historia y el presente conviven en un delicado equilibrio.

El alma espiritual de la pedanía se encuentra en la Iglesia de la Virgen del Rosario, un templo sencillo pero cargado de simbolismo. Construida con la piedra que caracteriza la arquitectura de la zona, esta iglesia de planta rectangular y campanario modesto preside la plaza del pueblo como un faro de fe para sus escasos vecinos. En su interior, el retablo dedicado a la Virgen del Rosario, patrona del lugar, custodia las plegarias de generaciones. No es un monumento que deslumbre por su grandiosidad, pero su sobriedad y la devoción que inspira lo convierten en el epicentro de la vida comunitaria, especialmente durante las fiestas patronales. Los bancos desgastados y el eco de las campanas al alba son testigos de una historia que se niega a desvanecerse.

Con una población que no supera las 15 almas, Bernuy Salinero es un reflejo de la despoblación que azota el interior de España. Aquí, el censo no miente: las casas de adobe y piedra, muchas de ellas cerradas o habitadas solo en verano, narran el éxodo de los jóvenes hacia la ciudad. Sin embargo, quienes permanecen, como Antonio, un vecino que ronda los 70 años, defienden con orgullo su arraigo: "Aquí se vive tranquilo, con lo que da la tierra y lo que traen los recuerdos". La comunidad, aunque reducida, mantiene un vínculo estrecho, casi familiar, donde cada habitante es un pilar de la memoria colectiva.

La economía de Bernuy Salinero es tan austera como su paisaje. Sustentada principalmente en la agricultura de subsistencia, la localidad depende de cultivos tradicionales como el trigo, la cebada y, en menor medida, el girasol. Las parcelas, trabajadas con métodos que evocan tiempos pasados, apenas generan excedentes, y la ganadería, con unas pocas cabezas de ovejas y vacas, completa el panorama. María, una de las pocas agrícolas activas, asegura que "la tierra ya no da como antes, pero seguimos porque es lo que sabemos hacer". El turismo rural, impulsado por la cercanía del Dolmen del Prado de las Cruces —un sepulcro megalítico declarado Bien de Interés Cultural—, comienza a despuntar como una esperanza económica. Visitantes atraídos por la arqueología y la tranquilidad llegan en temporada alta, dejando algo de vida y euros en el pueblo.

Pero si hay un momento en que Bernuy Salinero cobra vida, es durante sus fiestas patronales en honor a la Virgen del Rosario, celebradas cada agosto. Organizadas por el Ayuntamiento de Ávila y la Asociación de Vecinos El Dolmen, estas festividades transforman la pedanía en un hervidero de actividad. La semana festiva arranca con animación infantil en la plaza, seguida de concursos de disfraces que llenan de color las calles silenciosas. José, un habitual de las verbenas, cuenta que "la charanga y el chocolate con churros son sagrados; es cuando el pueblo se siente pueblo". El sábado, una comida popular reúne a vecinos y forasteros bajo el sol, mientras torneos de bolos y calva rinden homenaje a las tradiciones. El día grande, con la misa y la procesión en honor a la Virgen, culmina con pastas y limonada, un cierre sencillo pero emotivo que une a la comunidad en torno a su patrona.

Este año, la programación incluyó novedades como un espectáculo de magia y una disco móvil que animó la noche del sábado hasta la madrugada. Carmen, presidenta de la asociación vecinal, destaca el esfuerzo por mantener viva la fiesta: "Aunque seamos pocos, queremos que los niños y los que vienen de fuera se lleven un buen recuerdo". La caminata al dolmen, seguida de una merienda al aire libre, es otro de los momentos estrella, un guiño a la herencia prehistórica que distingue a Bernuy Salinero de otros rincones de la provincia.

Así, entre la quietud de sus días y el bullicio de sus fiestas, Bernuy Salinero se aferra a su identidad. Es un lugar donde el pasado —encarnado en su iglesia y su dolmen— dialoga con un presente frágil pero tenaz. Para sus habitantes, cada cosecha, cada tañido de campana y cada agosto festivo son actos de resistencia, un canto quedo a una forma de vida que, aunque amenazada, se niega a desaparecer del mapa abulense.
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