En el corazón de la comarca de La Moraña, a 29 kilómetros de la histórica Ávila, se encuentra Hernansancho, un municipio que parece abrazar la esencia misma de la Castilla profunda. Rodeado de llanuras infinitas donde el cereal ondula como un mar dorado, este pueblo de la provincia de Ávila es un refugio de calma y tradición, donde el tiempo se mide por el sonido de las campanas y el paso de las estaciones. Con una población que lucha por mantenerse viva frente al éxodo rural, una economía arraigada en la tierra y unas fiestas que despiertan su espíritu, Hernansancho es un testimonio de la resistencia de lo pequeño frente a un mundo que no para de crecer.
Un puñado de almas en la llanura
En este marzo de 2025, Hernansancho cuenta con 147 habitantes, una cifra que destila la realidad de un pueblo golpeado por la despoblación, pero que se aferra a su identidad. Sus calles, flanqueadas por casas de adobe y ladrillo, albergan a una comunidad donde todos se conocen, desde los más ancianos hasta los pocos niños que aún corretean por la plaza. Jesús Gallego López, el alcalde del Partido Popular que guía los destinos del municipio, es una figura clave en este escenario, un hombre que conoce cada rincón de sus 19 kilómetros cuadrados de término municipal. Situado a 900 metros sobre el nivel del mar, en el cruce de caminos entre Ávila y Arévalo, Hernansancho es un lugar donde la vida sigue fluyendo, aunque sea a un ritmo pausado.
La iglesia de San Salvador: un faro de adobe y fe
Dominando el paisaje del pueblo, la Iglesia de San Salvador se erige como el alma de Hernansancho, un edificio que combina la sencillez del adobe con la solidez del ladrillo y el granito. Su origen se pierde en los siglos, pero su presencia es un recordatorio constante de la historia que ha moldeado estas tierras. Con una única nave y una torre que apunta al cielo, el templo guarda en su interior un retablo modesto pero cargado de devoción. Para María Luisa Pérez, una vecina que ha pasado toda su vida bajo su sombra, la iglesia es más que un lugar de culto: "Aquí se han casado mis padres, mis abuelos, y aquí seguimos viniendo a rezar". Las campanas, que resuenan sobre los tejados, marcan no solo las horas, sino también los momentos que unen a la comunidad.
Una economía escrita en la tierra
En Hernansancho, la vida económica late al compás de la agricultura y la ganadería, dos pilares que sostienen a sus habitantes desde tiempos inmemoriales. Los campos que rodean el pueblo, sembrados de trigo, cebada y algo de centeno, son el lienzo donde se dibuja el sustento de familias como la de Antonio Martín, un agricultor que pasa sus días entre el tractor y el horizonte. "Aquí no hay fábricas ni oficinas, solo la tierra", dice con una mezcla de orgullo y resignación. Aunque algunos vecinos complementan sus ingresos con pequeños rebaños de ovejas o trabajos esporádicos en Arévalo, la falta de oportunidades sigue empujando a los jóvenes hacia ciudades más grandes, dejando tras de sí un pueblo que se aferra a sus raíces con uñas y dientes.
Fiestas patronales: el renacer de la alegría
Cuando el calendario marca el 6 de agosto, Hernansancho se sacude la quietud para celebrar a su patrón, San Salvador. Las fiestas patronales son el latido más fuerte del pueblo, un momento en que las calles se llenan de música, risas y el eco de los que regresan de Madrid o Ávila para reencontrarse con sus orígenes. La jornada arranca con una misa solemne en la iglesia, donde la imagen del santo es venerada con flores y cánticos. Luego, la procesión recorre el pueblo, guiada por Jesús Gallego López y un puñado de voluntarios que cargan las andas. La plaza se transforma con verbenas, juegos tradicionales y el aroma de las calderetas que prepara Carmen Sánchez, una cocinera cuya receta es un secreto a voces. "Esto es lo que nos mantiene vivos", asegura, mientras sirve raciones a vecinos y forasteros por igual.
Un futuro enraizado en el pasado
Hernansancho no promete grandes titulares ni revoluciones. Bajo la mirada de Jesús Gallego López, el municipio sigue adelante con la tenacidad de quien sabe que su fuerza está en la simplicidad. La iglesia, los campos y las fiestas son los hilos que tejen su historia, una historia que se escribe con el sudor de la frente y el calor de la comunidad. En este rincón de La Moraña, donde el verraco vetón de la entrada recuerda un pasado remoto, Hernansancho sigue siendo un faro de vida rural, un lugar donde el presente se sostiene sobre las huellas de ayer, mirando al mañana con esperanza contenida.