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Blascomillán: Un rincón de Ávila donde el tiempo susurra entre piedras y tradiciones

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En la vasta extensión de la provincia de Ávila, donde los campos se pierden en el horizonte y el aire lleva ecos de historia, se encuentra Blascomillán, un municipio pequeño pero cargado de carácter. A unos 50 kilómetros de la capital abulense, este pueblo de la comarca del Valle Amblés y la Sierra de Ávila se alza como un refugio de quietud, con sus casas de piedra y sus caminos que serpentean entre encinas y tierras de labor. Con tan solo 254 habitantes según el censo más reciente, Blascomillán es un ejemplo vivo de la Castilla rural, un lugar donde la vida transcurre al ritmo pausado de las estaciones y donde cada rincón cuenta una historia de esfuerzo y arraigo.

La iglesia de San Blas: Guardiana de la fe y la historia

En el núcleo de Blascomillánla iglesia de San Blas se erige como un faro de piedra que guía tanto a los fieles como a los curiosos. Construida con el granito austero que caracteriza la arquitectura de la zona, esta iglesia no solo es un lugar de culto, sino también un símbolo de la identidad del pueblo. Su fachada sencilla, coronada por una espadaña que sostiene una campana centenaria, esconde un interior donde la sobriedad se mezcla con detalles de devoción. Los retablos, modestos pero cuidadosamente conservados, reflejan el gusto barroco que impregnó estas tierras siglos atrás. La figura de San Blas, patrón del municipio, preside el templo con su aire protector, recordando a los vecinos su papel como guardián contra las dolencias de garganta, una tradición que aún resuena en las oraciones de los más ancianos. Este edificio, testigo de bautizos, bodas y despedidas, es el corazón espiritual de un pueblo que se aferra a sus raíces.

Una economía de raíz agraria y resistencia

La economía de Blascomillán está tejida con los hilos de la agricultura, un oficio que ha sido el sustento de sus gentes desde tiempos inmemoriales. Los campos que rodean el municipio, salpicados de cultivos de cereal y pastos para el ganado, son el lienzo sobre el que se dibuja la vida diaria. Aunque la despoblación ha golpeado con fuerza, como en tantos otros rincones de la España rural, los habitantes restantes mantienen viva esta tradición con un esfuerzo que roza lo heroico. La ganadería, con rebaños de ovejas y alguna explotación menor, complementa los ingresos de unas familias que han aprendido a vivir con lo esencial. En los últimos años, el turismo rural ha comenzado a asomar tímidamente, atraído por la tranquilidad del entorno y la proximidad a Ávila, pero aún es un brote verde en una economía que sigue mirando a la tierra como su principal aliada.

Fiestas patronales: El alma festiva de San Blas

Cada 3 de febrero, Blascomillán se transforma para rendir homenaje a San Blas en sus fiestas patronales, un evento que despierta al pueblo de su letargo invernal. Las calles, habitualmente silenciosas, se llenan de risas, música y el aroma de los guisos tradicionales que se cuecen en las cocinas. La jornada comienza con una misa solemne en la iglesia de San Blas, donde los vecinos se reúnen para agradecer y pedir la protección del santo. Tras el rito, la procesión recorre el pueblo con la imagen del patrón a hombros, un momento de unión que trasciende generaciones. Luego, la fiesta se desata con verbenas que resuenan hasta bien entrada la noche y bailes que reúnen a jóvenes y mayores. No faltan las rosquillas bendecidas, un dulce típico ligado a la tradición de San Blas, que se reparte entre los asistentes como símbolo de buena fortuna. Es un día en el que el pueblo se viste de gala, recordando que, aunque pequeño, su espíritu es grande.

Un pueblo pequeño con un corazón inmenso

Bajo la mirada de su alcaldesa, María del Rosario Martín Muñoz, Blascomillán afronta el futuro con la serenidad de quien conoce su lugar en el mundo. Con una población que apenas sobrepasa los dos centenares —y que mengua con cada invierno—, el municipio lucha por no convertirse en un recuerdo. Su escudo, con un castillo y una cruz, habla de fortaleza y fe, mientras que su bandera azul y blanca ondea como un estandarte de orgullo. Entre la iglesia de San Blas que custodia su historia, los campos que alimentan su economía y las fiestas que avivan su espíritu, Blascomillán se mantiene en pie, un testimonio de la resistencia rural en una tierra donde el pasado y el presente caminan de la mano.

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