La provincia de Ávila se encuentra en vilo. Las intensas lluvias que han azotado la región en los últimos días, con especial furia en este mes de marzo de 2025, han transformado el paisaje abulense en un escenario de ríos desbocados y pantanos al límite de su capacidad. Los embalses, guardianes silenciosos de las aguas que riegan estas tierras castellanas, han visto cómo sus niveles se disparan, obligando a las autoridades a tomar medidas drásticas para evitar desastres mayores. El rugido del agua, que baja con fuerza desde las sierras, resuena en los valles mientras los vecinos observan con una mezcla de asombro y preocupación el poder incontenible de la naturaleza.
En el corazón de esta crisis hídrica están El Burguillo y Charco del Cura, dos de los pantanos más emblemáticos de la provincia, ambos situados en la cuenca del río Alberche. El Burguillo, con su imponente presa enclavada entre colinas, ha pasado de ser un remanso de tranquilidad a un gigante desbordante. Las autoridades han confirmado que está desembalsando a un ritmo vertiginoso de 150 metros cúbicos por segundo, una maniobra necesaria para aliviar la presión tras las copiosas precipitaciones. A pocos kilómetros, Charco del Cura no se queda atrás: también libera 150 metros cúbicos por segundo, enviando torrentes de agua que engrosan el caudal del Alberche y mantienen en alerta a las poblaciones ribereñas. Los datos son claros: el volumen de agua acumulada en estos embalses ha alcanzado niveles críticos, con algunos rozando el 90% de su capacidad, un récord que no se veía en años.
Pero no son los únicos. En la cuenca del Adaja, el pantano de Castro de las Cogotas ha emergido como otro protagonista de esta historia. Su salida de agua, aunque controlada, ha colocado a los tramos bajos del río en situación de emergencia, con caudales que amenazan con desbordarse en puntos clave como la capital abulense. Las imágenes son impactantes: el Adaja, habitualmente un río sereno, se ha convertido en una corriente tumultuosa que ha anegado zonas como el parque de El Soto, la plaza de Toros y el entorno del estadio Adolfo Suárez. Calles cortadas, puentes cerrados y un sinfín de incidencias han puesto a prueba la capacidad de respuesta de los servicios de emergencia.
Las lluvias, que no han dado tregua desde principios de mes, han sido el detonante de esta situación excepcional. La borrasca Jana, bautizada así por los meteorólogos, ha descargado su furia sobre Castilla y León, dejando en Ávila acumulaciones que superan los 80 milímetros en apenas unos días. El viento, con rachas que han rozado los 70 kilómetros por hora, ha complicado aún más el panorama, derribando árboles y añadiendo un riesgo extra a una provincia ya saturada de agua. En este contexto, la Confederación Hidrográfica del Tajo, organismo encargado de gestionar estas cuencas, ha intensificado los desembalses para prevenir males mayores, una decisión que, aunque necesaria, no está exenta de polémica entre los vecinos de las zonas bajas.
Las consecuencias de estas crecidas se sienten con fuerza en la vida diaria. En la capital, el delegado territorial José Francisco Hernández ha declarado la situación de emergencia, instando a la población a extremar la prudencia y seguir las recomendaciones del servicio 112. Los bomberos, Protección Civil y la Policía Local trabajan sin descanso, vigilando los cauces y asistiendo a quienes han visto sus hogares amenazados por el agua. En el sur de la provincia, localidades como El Barco de Ávila, atravesada por el río Tormes, han sido testigos de crecidas espectaculares, mientras que en Escalona, ya en la vecina Toledo, el Alberche ha obligado a desalojar medio centenar de viviendas ante el temor de inundaciones.
Sin embargo, no todo es caos. Las lluvias han traído un respiro a una región que, hasta hace poco, sufría los estragos de la sequía. Embalses como El Burguillo y Charco del Cura, que en años recientes languidecían con niveles alarmantemente bajos, ahora rebosan vida, asegurando agua para el consumo y la agricultura en los meses venideros. Es un equilibrio delicado: lo que hoy es exceso, mañana podría ser salvación. Por ahora, Ávila permanece expectante, con los ojos puestos en el cielo y en los pantanos que, desde las alturas, dictan el destino de sus ríos y sus gentes.