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Macera de Arriba: El rincón olvidado de Ávila que resiste el paso del tiempo

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En el corazón de la provincia de Ávila, donde los vientos fríos del invierno barren las llanuras y los veranos despiertan un sol abrasador, se alza Macera de Arriba, un pequeño municipio que parece detenido en el tiempo. Este enclave, perdido entre las sinuosas carreteras de Castilla y León, es un testimonio vivo de la resistencia rural frente al éxodo y la modernidad. Con apenas un puñado de habitantes y una historia tejida entre piedras centenarias, este pueblo guarda en su esencia la lucha por sobrevivir en un mundo que avanza a pasos agigantados.

Un pueblo de pocos, pero con alma grande

A día de hoy, Macera de Arriba apenas supera la decena de habitantes, una cifra que refleja el drama de la despoblación que azota a tantos rincones de la España interior. Según datos recientes, la población oscila entre 10 y 15 vecinos, dependiendo de la temporada, pues algunos regresan en verano para escapar del bullicio de las ciudades. Aquí, los nombres propios como José, María o Antonio resuenan en las conversaciones del bar del pueblo, si es que aún queda alguno abierto, o en las puertas de casas que, en su mayoría, lucen cerradas gran parte del año. La edad media de sus habitantes supera los 60 años, y los jóvenes, como en tantos otros lugares, hace tiempo que partieron en busca de oportunidades lejos de estas tierras.

La iglesia de San Pedro: guardiana de la historia

Si hay un símbolo que define Macera de Arriba, ese es sin duda la Iglesia de San Pedro. Erguida con orgullo en el centro del pueblo, esta construcción de origen románico, aunque reformada en siglos posteriores, es un faro de piedra que guía la memoria colectiva de sus gentes. Sus muros, desgastados por el tiempo, están hechos de la característica arenisca de la zona, y su campanario, aunque sencillo, resuena con ecos de un pasado más poblado. En su interior, un retablo modesto pero cargado de devoción custodia la imagen de San Pedro, el patrón que da nombre al templo y al alma del municipio. Los domingos, cuando Don Miguel, el párroco que atiende varios pueblos de la comarca, llega a oficiar misa, la iglesia cobra vida con el murmullo de plegarias y el crujir de los bancos de madera.

La Iglesia de San Pedro no es solo un lugar de culto; es el punto de encuentro de una comunidad que, aunque menguante, se aferra a sus tradiciones. Sus campanas, que aún tañen en días señalados, son un recordatorio de que aquí, entre estas paredes, late el corazón de Macera de Arriba.

Una economía al borde de la subsistencia

Hablar de economía en Macera de Arriba es hablar de una lucha silenciosa contra el olvido. Tradicionalmente, este municipio ha vivido de la agricultura y la ganadería, dos pilares que hoy apenas sostienen a sus habitantes. Los campos que rodean el pueblo, salpicados de cultivos de cereal como trigo y cebada, son trabajados por manos curtidas como las de Manuel, un agricultor que aún siembra con la misma dedicación que sus antepasados. Sin embargo, la falta de relevo generacional y la mecanización han reducido la actividad a su mínima expresión.

La ganadería, con rebaños de ovejas y alguna que otra vaca, completa el panorama económico. Carmen, una vecina que heredó el oficio de su padre, cuenta cómo las reses pastan en los terrenos comunales, pero los ingresos apenas alcanzan para subsistir. El turismo rural, que en otros pueblos de Ávila ha supuesto un soplo de aire fresco, aquí es apenas un sueño lejano. Las casas vacías, muchas de ellas en ruinas, no invitan a los visitantes, y las infraestructuras son tan básicas que el pueblo parece ajeno al auge de las escapadas de fin de semana.

Fiestas patronales: el eco de la alegría perdida

A pesar de las dificultades, Macera de Arriba se niega a rendirse al silencio, y sus fiestas patronales son la prueba de ello. Cada 29 de junio, el día de San Pedro, el pueblo se viste de gala para honrar a su patrón. Aunque la celebración ha perdido el esplendor de antaño, cuando las calles se llenaban de vecinos y forasteros, sigue siendo un momento de reencuentro. Anecdotario, una de las organizadoras habituales, prepara con esmero el vermú que se sirve tras la misa solemne, mientras Luis, el más joven del pueblo con sus 50 años, enciende la hoguera que ilumina la noche.

La procesión, con la imagen de San Pedro portada en andas por los pocos brazos disponibles, recorre las calles empedradas acompañada de cánticos y el repique de las campanas. Después, un modesto baile en la plaza, amenizado por un altavoz o, con suerte, por la acordeón de Jesús, un músico local, pone el broche a la jornada. No hay grandes orquestas ni ferias, pero la sencillez de estas fiestas tiene un encanto que emociona a quienes las viven.

Un futuro incierto, pero con raíces profundas

Macera de Arriba es un reflejo de la España vaciada: un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, pero donde la identidad sigue intacta. Su iglesia, sus habitantes, su economía frágil y sus fiestas son piezas de un puzzle que lucha por no desmoronarse. Mientras las casas vacías acumulan polvo y los campos esperan manos que los trabajen, este pequeño municipio de Ávila sigue aferrado a su esencia, como un viejo roble que resiste las tormentas. Quizás el futuro traiga un renacer, o quizás el silencio termine por imponerse. Por ahora, Macera de Arriba sigue en pie, callada pero digna, esperando que alguien vuelva a contar su historia.
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