Los separatistas catalanes han tomado de sus inspiradores nazis, que a su vez la copiaron de los comunistas, la ocupación totalitaria de los espacios públicos con sus símbolos partidarios, como objetivo.
No es una simple expresión política. Se trata de imponer un único mensaje, en los lugares por donde se transita o se descansa. Se trata de imponer el discurso que se presenta como el único posible, por la exclusión de espacio para cualquier otro. La importancia que daba Stalin, a la bandera roja omnipresente (luego, la obligatoriedad de colocar, en lugar destacado de cada hogar, el retrato oficial del "padrecito" o del “gran timonel" Mao) y los esfuerzos de Hitler y sus secuaces, por marcar cada calle o edifico con la esvástica, responden a ese propósito.
La omnipresencia quiere reflejar también la omnipotencia, la falta de espacio para el que no piense igual, la expulsión del crítico y del disidente, excluido y sin lugar para expresarse. Es la ocupación, también, del imaginario colectivo en la senda del pensamiento único, obligatorio. A pesar de contar con la práctica totalidad del aparato institucional, e ingentes cantidades de dinero, los contratados por; los Torras y los Torrentes no han estado afortunados, al escoger un color tan denostado.
Seguro de fracaso en los teatros, es el color de la traición desde un Judas que vestía de amarillo y designa al periodismo más bajo y menos creíble. Es el tono de la envidia y la mentira. Para los franceses, la risa falsa es la risa amarilla y Yellow es sinónimo, en inglés, de cobarde. ¡Cambien de asesores!
De manera instintiva, los agraviados -que son la mayoría de la población de Cataluña- se lanzaron a retirar esa parafernalia amarilla, como un acto de liberación del espacio público y de reivindicación de su propia existencia. A pesar de ser más (como demostraron las últimas elecciones), para el discurso oficial del separatismo esa mayoría no existe, "no son de los nuestros" y pueden ser ignorados y silenciados. Pero no contaban con una resistencia tan numerosa y de tanta valentía. Las enormes manifestaciones antiseparatistas de los meses pasados, arrebatando la calle al secesionismo, se trasladan, ahora, al combate por la libertad de expresión frente a la imposición totalitaria.
Ese combate de liberación ha tardado en encontrar liderazgo político, pero algunos ya se han dado cuenta de importancia, para la existencia real de democracia en Cataluña. Ahora, se da un paso más. Como sucedió con Tabarnia, el divertimento se convierte en acto político. Iniciado en Barcelona, se extiende "hacerse una V" que es un selfi del signo de la victoria, acompañando la etiqueta #españavencerá y #hazteunav, como un paso más de reafirmación y confianza en que la democracia española es capaz de vencer a los que apuestan por su liquidación como espacio de libertad y de su existencia misma.