Es lo del refrán, que en boca cerrada no entran moscas. El problema es que entre copa y copa es muy difícil mantener la boca cerrada.
Hay que tener un control de la leche para que en varios años alguien pueda pasar el algodón en tus conversaciones privadas y que no salte un gazapo, como el de la ministra Delgado cuando almorzaba, privadamente, con varios amigos, entre los que se encontraban Villarejo y Garzón.
Ya no sé si publicar una conversación privada es delito, pero a un servidor le condenaron cuando era director del diario La Crónica porque publiqué una conversación de un mafioso que hablaba pestes, desde el teléfono de su coche, del gobernador civil… El Juez no entró a valorar si la conversación era de interés público, me condenó por revelación de secretos.
En el caso de las conversaciones grabadas por Villarejo, que ya está detenido, la duda es si se pueden publicar sin que, como en mi caso, vulnere el Código Penal, concretamente el artículo que el Juez Columna aplicó con todo rigor en mi caso: Revelación de secretos. Ahora todos los medios, escritos y digitales, dan buena cuenta del contenido de esas conversaciones privadas que ha filtrado el comisario. Y la oposición pide explicaciones a la ministra de justicia.
Personalmente, que tengo distancia ideológica con todos los partidos, no me parece que sea decente exigir que las conversaciones privadas, muy privadas, de hace nueve años, merezcan un cese. Acaso el haber mentido en la declaración de que no había tenido relaciones profesionales con Villarejo, aunque con una explicación más sincera hubiera bastado.
Si pudiéramos analizar todas las conversaciones privadas de nuestros ministros, de nuestros políticos, de todos, y se pudieran publicar sin consecuencias, estaríamos en la selva. No lo aguanta ni el Papa Francisco.