Si ha quedado claro hasta la extenuación que cualquier objeto, ser vivo o situación no es más que un equilibrio momentáneo de fuerzas en contraposición, debemos adentrarnos en un tema ciertamente controvertido, La Fuerza. Y, además, hemos de intentar ser certeros, porque pueda dar lugar a muy desagradables equívocos.
Si el Sol atrapa un planeta en su órbita es porque ejerce una fuerza, y a la vez tan potente que modifica por completo la voluntad del satélite hasta el punto de impedirle desplazarse por el espacio obligándole a quedar atrapado en una órbita permanente.
Mucho se ha escrito en la historia de la cultura humana de Fuerza, aunque casi siempre iba implícita al término de, Violencia. La fuerza no es violencia aunque a veces pueda ser vista, sobre todo por quien la sufre, como tal. También es verdad que en los tratados de gobernabilidad se ha manejado el uso de la fuerza de distintas formas, legitimándola o no, disculpándola o no, o en el mejor de los casos justificándola en determinados casos sí, y en otros criticándola abiertamente.
En muchas situaciones la Fuerza puede ser asimilada a Presión. Cuando un animal macho –sobre todo por su olfato, pero también con la vista o el tacto- comprueba que una hembra está receptiva, la Presión-Fuerza o la Fuerza-Presión que experimenta es tan fuerte que para él ya no hay otro objetivo. Ya conocemos la motivación que experimenta, porque esta le lleva a que le sea imposible sustraerse a ella. En la historia de la literatura vemos como ese impulso ha llevado a miles de hombres a la destrucción. Más aún, parecía que no les importaba jugarse la vida. Todo ello nos lleva a que nuestro comportamiento está sujeto constantemente a fuerzas que nos impulsan en uno o en el otro sentido.
Por parte de los estudiosos jurídicos y políticos se ha llegado a la conclusión de que solo el estado puede y debe ejercer esa fuerza cuando es física, y más aún cuando esta lleva a obligar a los demás a perseguir unos objetivos contra su propia voluntad. Lo que no está claro es cuál es el equilibrio con el cual debe ejercerla. Unos dirán que más, otros que menos.
En lo que debemos estar todos de acuerdo es en que la fuerza es inherente a un grupo social organizado. Si el grupo quiere actuar para seguir existiendo ha de ejercer necesariamente, al menos, dos tipos de fuerza: La que ejercerá sobre cada individuo para que se someta al grupo y cese en su individualismo –Hacienda dispone de sus inspectores, de la policía y de los jueces, y la guardia civil pone multas de tráfico-. Y la que ejerce en la disputa de sus intereses contra los grupos sociales organizados externos con los que entra en confrontación –La historia humana es una historia de guerras-.
Vamos a discutir donde están los equilibrios. Hasta donde sí y hasta donde no, pero ha de quedar claro que la fuerza es inherente a nosotros, y está presente en todos y cada uno de nuestros quehaceres. Fuerza ejerce el entrenador para que los jugadores se esfuercen, entrenen y jueguen en equipo. La ejerce el profesor para presionar o sancionar al alumno si no estudia. La ejercen los padres sobre los hijos para educarles en los usos sociales del momento más allá de los caprichos personales de los individuos. En fin, fuerza ejerce todo el grupo social, con sus leyes, para que adoptemos una conducta que, miren si es con fuerza, siempre está la policía, los tribunales y las sanciones, hasta con la privación de libertad, si no las cumplimos. ¿Y toda esa Fuerza porqué se ejerce? Porque si no, no cumpliría esas costumbres, leyes y normas de convivencia casi nadie.
Como en el momento histórico y cultural que vivimos –sobre todo en el llamado occidente- estamos inmersos en una gran decadencia cultural, por la destrucción clara de los liderazgos que nos han traído hasta aquí. O más claramente, han desaparecido –ya casi nadie cree en ellos- los líderes con los que se construyó esta cultura. Hablo del viejo judaísmo y más concretamente con el Cristianismo que fue el que creó todo occidente. Debemos ser conscientes que parece que han desaparecido las exigencias públicas de la cultura. Que ya no es necesario seguir unas normas rígidas de estructura social y parece un poco que cada uno “Puede pensar lo que quiera” y como consecuencia de ello parece, “Que cada uno puede hacer lo que quiera”. Pero ya sabemos que esa es una ilusión baldía. Si queremos que exista una cultura, una civilización, un grupo social fuerte y organizado ha de existir unas normas comunes que sean indiscutibles. De lo contrario viviríamos en la permanente anarquía. Como lo que queremos es lo primero, esas formas de pensar, de saber, y de actuar se han de ejercer con una determinada fuerza. Porque los individuos, los alumnos, y los hijos, siempre tenderán a querer hacer lo que quieran a su capricho, y las normas culturales siempre se presentan como una exigencia. Como una norma que cumplir y no discutir. Como una fuerza que se me impone y frena la mía, que es que lleve a cabo mi simple voluntad. Al final la disyuntiva es clara, “O hago mi voluntad –casi siempre caprichosa, aunque a veces es creativa- o sigo las normas culturales, las leyes unificadoras del grupo”.
Hemos de ser conscientes que eso significa el uso de una fuerza, que la ejerce el grupo a través de las autoridades legítimas constituidas. La pregunta que yo formulo, para que intervengamos todos con nuestra reflexión y opinión es, ¿Cuánta Fuerza se ha de ejercer? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Hasta dónde?
Lo que nunca podremos negar… Es que es imprescindible.