Cuenta Gemma Parellada, en un artículo titulado “La violencia xenófoba enfrenta a los gigantes de África”, publicado en El País de Madrid, que las calles del centro de Johannesburgo -la ciudad más poblada de Sudáfrica- amanecieron días atrás con comercios saqueados, tiendas quemadas y otras dos víctimas mortales. Los ataques xenófobos han causado en una semana al menos doce muertos ocho de los cuales, irónicamente, eran sudafricanos y solo dos extranjeros y otros dos de nacionalidad desconocida.
Según la Policía, 800 personas de origen extranjero han sido acogidas en centros comunitarios, no solo porque perdieron sus casas o mercancías, sino por los antecedentes: las oleadas en 2008 se extendieron por todo el país dejando 62 muertos. Grupos de sudafricanos se organizan para asaltar negocios de propietarios extranjeros, la mayoría africanos, nigerianos, somalíes, congoleños y otras nacionalidades en este país considerado “el dorado” continental por sus oportunidades laborales.
La mecha se ha extendido al plano regional, con reacciones en otros países como Nigeria, primera potencia económica del continente africano. El presidente de Nigeria ha recomendado la evacuación voluntaria de sus ciudadanos en Sudáfrica y, para ello, la compañía nigeriana Air Peace ha ofrecido vuelos gratuitos para compatriotas que quieran abandonar el país.
Simultáneamente, manifestantes nigerianos atacaron varios negocios sudafricanos en Nigeria y la ministra de Relaciones Internacionales sudafricana ordenó el cierre de la embajada en la capital nigeriana mientras que en otros países como el Congo o Zambia también los ciudadanos han reaccionado con protestas.
¿Podrá Sudáfrica encauzar la frustración creciente que surge de las clases más empobrecidas? En mi opinión, lamentablemente, no podrá si sigue por este camino. El motivo más esgrimido por los xenófobos es que los trabajadores extranjeros “nos roban nuestros trabajos” y es que el desempleo es serio ya que alcanza al 29% de la población activa mientras que el índice llega al 38,5% si se incluye a los que ya no buscan trabajo.
Para remate, la desigualdad es extrema ya que el 10% de la población acumula el 90% de la riqueza sudafricana. Con ese nivel de desocupación, pobreza y marginalidad, es decir, con tanta gente insatisfecha hasta el punto de ver a su familia pasar hambre y sin nada en qué ocupar su vida, no sorprende que existan altísimos índices de criminalidad.
Sucede que los Estados hoy se definen como “el monopolio de la violencia” dentro de un territorio determinado y así, con su poder de policía, imponen leyes que, como toda violencia, solo destruyen, desordenan. Por caso, la desocupación no es natural, sino creada por las “leyes” laborales forzadas por los gobiernos. De no existir estas leyes, la ocupación sería plena y la paz también.
Por caso, la “ley de salario mínimo” literalmente prohíbe que trabajen –“legalmente”- aquellos que ganarían menos ya que los empresarios no pueden aumentar los sueldos sin comprometer su negocio. Es muy cierto que los jornales son muy bajos, pero la única manera de que suban mucho y pronto es aumentando la capitalización de la economía de modo que suba la demanda de trabajo, y para ello que es muy importante, precisamente, que los gobiernos dejen de desordenar el mercado laboral y que bajen los impuestos de modo que los ciudadanos tengan dinero para invertir.
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California