Por otra parte, no debería ser tan difícil de tratar y entender este problema, y si profundizamos, puede que de espinoso tenga mucho menos de lo que al principio pensamos.
Se suelen formar al menos dos bandos -como en casi todo-, los que defienden las políticas adecuadas -a veces exageradas- para hacer frente al mismo, y los que lo niegan por lo menos en la mayor. Como en todos los bandos ni unos ni otros se posicionan en los extremos, aunque a veces por el cierre de filas de la postura propia puede dar a entender que se defiende a muerte cada forma de afrontar este dilema.
El planeta que habitamos es el mismo para todos. Aunque al final unos quieran cerrarse más en posturas nacionales o estatales que otros la contaminación de todo tipo no conoce fronteras. La URSS quería vivir cerrada a cal y canto, pero cuando sucedió lo de Chernóbil tuvo que pedir disculpas y avisar a Suecia y otros estados de los efectos de la posible nube radiactiva. Y nadie niega que sean tan perjudiciales o no los efectos de la emisión de gases de efecto invernadero la padeceremos todos.
No es necesario recurrir a grandes discursos o poseer conocimientos científicos profundos, basta observar la contaminación de plásticos de algunos mares y ríos para comprender que, si no adoptamos políticas adecuadas para el futuro, con todo tipo de contaminaciones y suciedades, lo que le dejaremos a nuestros hijos y nietos será un basurero.
A nadie se le escapa que la cantidad de humos que enviamos a la atmósfera no pueden significar nada bueno. La pregunta es bien fácil ¿Es posible económicamente fabricar de otra forma y que no se produzca esa emisión? ¿Dado que la riqueza de unos países u culturas determinadas es bastante inferior a otras, podemos arbitrar mecanismos de solidaridad para pagarlo entre todos? Porque una cosa no es discutible, “Los efectos los pagaremos todos”.
En este caso cruzar el abismo para unos y para los otros es traspasar la línea de la negación absoluta o de la defensa cerrada del aquí y el ahora. El punto más o menos intermedio, sin que se descarten otros, es reconocer que el problema existe, o cuanto menos puede llegar a existir, y que, si pactamos como avanzar para solucionarlo, el 90% de dicho problema ya está encauzado porque antes que después, si nos ponemos a ello, lo tendremos casi resuelto.
Por primera vez en los movimientos sociales lo más importante quizá sea el hecho de que decidamos someternos a los profundos informes científicos que sobre el tema se han producido ya desde hace años, y lo trascendente puede que sea sacarlo del mundo de las ideologías y creencias, y dejar de enfocarlo como si de una nueva religión se tratase. Abordar sin apasionamientos innecesarios este tema consiste en ponernos a trabajar, comprobar que efectos se van produciendo, estudiar cómo, entre todos y para todos, qué remedios pueden ser eficaces y con ello sin grandes alarmas, pero con la preocupación necesaria podremos alcanzar resultados.
Cruzar el abismo en este tema consiste en dejar el tema como si fuese posible resolverlo con simples opiniones o bandos de los de a favor y en contra, y ponernos todos a trabajar para hacer de nuestro planeta, y para todos, un huerto donde obtener nuestro alimento, y un jardín que nos proporcione alegría y belleza. No creo que nadie quiera un estercolero.
Debemos ponernos a trabajar, sin prisas, pero sin pausas, y sin apasionamientos religiosos, la mejor limpieza de todo tipo de nuestro planeta, entre todos y para todos… Ya.
Sobre el autor
Carlos González-Teijón es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, El Sistema, y de reciente aparición Psicología de virtudes y pecados, de editorial, Letras de autor.