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OPINIÓN

Aladino y el IBEX 35

Jorge Molina Sanz | Viernes 13 de julio de 2018
Me cuentan que la historia de Mariano comenzó en la playa de mi aldea. Todas las mañanas solía pasear junto a la orilla, a paso ligero, dejando que la resaca de las olas mojase sus pies descalzos.

Esa rutina diaria una mañana fue alterada al rozar algo metálico que sobresalía de la arena. De ese objeto desconocido, de repente, empezó a desprender un humo denso y un ser espectral que se presentó como Aladino, con voz enigmática le propuso que formulase un deseo. Nuestro Mariano, una persona cabal, le dijo:

- Aladino no quiero cosas materiales, solo quiero no estar nunca enfermo.

En ese momento alargó su varita y le concedió su deseo. Lo hizo un autónomo… y desde ese día no se le conoce enfermedad alguna.

Al principio Mariano no entendió mucho cual era la diferencia, pero lo cierto es que, por su juventud y sabiendo que iba a gozar de una salud envidiable pensó, como hombre trabajador y emprendedor, que podía tener otras oportunidades si aprovechaba su experiencia y conocimientos profesionales para trabajar por cuenta propia y empezó como autónomo.

Fuerte, animoso y como creía firmemente que podía crecer decidió dar un segundo paso y montar una pyme, por lo que siguió reinvirtiendo beneficios, haciendo jornadas interminables para captar clientes, llevar las cuentas, gestionar bancos, calcular presupuestos… Se había convertido en empresario.

No sabemos si fue gracias a Aladino o porque dejar de trabajar significaba la merma de sus ingresos, lo cierto es que nunca pidió una baja médica. Con vacaciones pagadas para los dos empleados que llegó a contratar, pero prohibitivas para el mismo. Pagar el préstamo, el leasing de los vehículos…, y una familia que con el vicio de comer todos los días eran su prioridad.

Ya empresario no solo no se podía poner enfermo, sino que tenía sobre su cabeza innumerables responsabilidades. Además, todos se empeñaban en equipararle en obligaciones como a cualquier mediana o gran empresa; con liquidaciones de impuestos, seguros sociales, contabilidad fiscal, cumplimentar y gestionar todo tipo de formularios estadísticos, laborales, protección de datos… y toda una retahíla de obligaciones administrativas y legales que apenas le dejaban un momento para hacer lo que verdaderamente sabía y le gustaba, trabajar en su oficio, lo que además se convertía en ventas e ingresos.

En esos momentos es cuando se percató que, a pesar de su dimensión y de su ámbito empresarial, tenía las mismas obligaciones que una empresa del IBEX 35.

La triste realidad es que tal como está montado el sistema, las obligaciones son similares para un pequeño empresario, como para una gran empresa, lo que supone que las micro-pymes y pymes, en general, tiene que crear una estructura y dedicar un enorme tiempo a tareas y obligaciones improductivas que pueden acabar ahogando el entusiasmo inicial, las expectativas y en algunos caos la viabilidad empresarial.

Si de verdad queremos fomentar la cultura emprendedora, si queremos crear autoempleo, si queremos ganar en productividad, si queremos generar empleo y riqueza; no sería una mala idea analizar cómo están organizados algunos países de nuestro entorno para los autónomos, micro-pymes y pymes.

Volvamos a nuestro amigo Mariano. En una situación de crisis, intentó capotear y aguantar; tenía ahí comprometido su patrimonio y todo lo que había conseguido en ese tiempo. Al final tuvo que cerrar su pequeña empresa, asumir pérdidas, perder su patrimonio y ante su precariedad tuvo que solicitar el paro puesto que había estado pagando la cantidad complementaria en la cuota de autónomo.

Fue un hombre afortunado porque pudo demostrar que llevaba más de tres meses en pérdidas y por ello tener derecho a paro, aunque su alegría solo duró un rato cuando vio que después de más de cinco años de cotización, solo le correspondía uno de desempleo y encima se quedaba sin prestación por su deuda con la seguridad social.

Claro que, si hubiese sido un inteligente hombre del IBEX 35, no se vería en esa situación. Las responsabilidades recaerían en accionistas, los bancos ofrecerían un plan de saneamiento y refinanciación o contaría con ayudas públicas, por aquello de los “perjuicios que supondrían para la economía” la caída de esa empresa; y para ese gestor que después de haber cobrado sus bonus tendría en su contrato, seguro que contaría con un sustanciosa indemnización millonaria que le permitiría vivir holgadamente el resto de su vida.

No me resisto a concluir aquí el cuento de “Aladino y el IBEX 35” puesto que, en mi aldea, un viejo cuentacuentos viene pregonando otras muchas experiencias corrientes y reales.

Puede que no sean historias de triunfadores que ocupan portadas en periódicos y magazines económicos, pero forman parte de esa realidad cotidiana, de esas historias anónimas que sufren personas que día a día contribuyen a que las cosas funciones, prestando servicios, reparando averías, transportando paquetes, elaborando productos… y con ello mejoran nuestras vidas y crean empleo, dinamizan la economía y generan riqueza.

Aunque esos otros cuentos de mi aldea serán para otro día.

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